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Categoría: Cuentos

Ventanita Iluminada

Cristian Rusquellas

Barrio tranquilo. Casas bajas, a lo sumo de dos pisos, algunas con techo a dos aguas y un diminuto jardín; otras, más sencillas, sus ventanas enrejadas dan a la vereda.

Avanza la noche. Se van apagando las luces de los hogares y los muros se van mimetizando en la negrura, que los pocos faroles son incapaces de disipar. A través de una celosía se insinúa la tenue luz de un velador. En otra ventana, un resplandor trémulo delata un televisor, con el que un insomne intenta ocupar sus horas vacías. En una esquina, un pequeño comercio de barrio, cerrado; en su vidriera apagada brilla solitario un cartel luminoso de propaganda. Es entonces que me llama la atención una ventanita iluminada, solitaria allá en lo alto, en una buhardilla de un chalet o en una piecita sobre la azotea. Velada con una cortina, la luz tamizada por la tela trasmite una cálida sensación de intimidad. ¿Quién estará allí, aún despierto a estas horas? Mi imaginación vuela, tratando de resolver la incógnita.

 vvv

Beti tiene una pieza para ella sola. Adolescente, ya es muy grande para dormir junto con su hermanita.
Beti es la líder de su clase. Habla fuerte, domina a todas con su carácter y nadie le gana en decir palabrotas. Es inteligente pero hace renegar a sus profesoras porque no vacila en desafiarlas con preguntas provocativas que hacen las delicias de sus revoltosas compañeras (que por todo eso le perdonan que no tenga malas notas como ellas). Pero Beti ahora está sola. Tirada a medio desvestir sobre su cama, está leyendo un libro. Su linda carita no luce la mueca maliciosa con la que todos la conocen, sino una expresión dulce, soñadora. Sus labios esbozan una suave sonrisa. El libro que está leyendo es uno del que jamás hablaría con sus compañeras, que seguramente se burlarían de ella y perdería así la coraza que trabajosamente se ha forjado. Beti está leyendo una novelita romántica. Y suspira.

 vvv

– Pepe, tu papá no baja de la piecita, sigue serruchando y ya es hora que vayamos a dormir.
– Tenele paciencia, pensá que está muy solo desde que murió mamá, esas cosas son su única distracción.
– Sí, pero también después viene con las suelas llenas de aserrín y yo soy la que tiene que limpiar…
– Mañana es domingo, seguramente irá a la plaza a tomar solcito y charlar con sus viejos amigos; yo entonces subiré a la piecita y pasaré la aspiradora. Pero eso sí, tenés que avisarme si lo ves volver, no quiero que se ofenda.
– Sí, sí, claro. Pero no te olvidés después de vaciar la bolsa de la aspiradora…

 vvv

María sale a tirar la basura. Al ver salir a Berta, también con su bolsa, no pudo con la curiosidad.
– Hola, anoche vi luz en la piecita de tu hija… desde que se casó estaba siempre a oscuras.
– Son los chicos, no podían seguir pagando el alquiler terrible que les cobraban y provisoriamente se han venido a vivir aquí, hasta que a él le salga un empleo muy bueno que le han prometido.
– Pero es muy chiquita la pieza, deben estar bastante apretados.
– Y, si, apenas les cabe la cama, pero pronto él ganará lo suficiente como para mudarse a un departamento de primera, te lo aseguro…
Afortunadamente estaba muy oscuro y Berta no pudo ver la expresión de incredulidad de María, que siempre pensó que el muchacho tenía pinta de vago bueno para nada.
– Tendrán que esperar para tener hijos entonces.
– Ni les pasa por la cabeza, son muy concientes, se quieren pero se cuidan mucho, la nena me lo ha asegurado.
La expresión de María ya no era de incredulidad, ahora se veía que estaba haciendo grandes esfuerzos para mantenerse seria, porque en ese momento salía a la calle la “nena”, y el ojo experimentado de María (madre y abuela por partida triple) verificó que tenía un esbozo de pancita, que indudablemente no era de la raviolada del domingo, y dedujo que muy pronto los que tendrían que mudarse a la piecita serían Berta y su marido…

 vvv

– La luz en la piecita de su hijo estuvo encendida toda la noche…
– Sí, es que después de cenar se va a estudiar…
– Con razón… a veces, a la madrugada cuando volvemos del teatro con mi marido, todavía está encendida la luz. ¡Cuánto la envidio! el mío en cambio es un vago, dice que se va a estudiar pero al rato miro y ya está durmiendo.
– Me imagino el disgusto que le dará ver sus malas notas…
– Bueno, en realidad no, son bastante buenas, pero lo que seguramente sucede es que se salva porque ahora ¡los profesores son muy poco exigentes! El suyo en cambio debe tener muy buenas notas, ¿no?
– Ah, supongo que sí, pero nosotros no andamos importunándolo con preguntas, él es un chico muy responsable y cuenta con toda nuestra confianza.
– Qué bueno, eso debe darles una gran tranquilidad… en cambio mi marido y yo sufrimos pensando en cómo el nuestro desperdicia su vida, ¿a que no sabe con que se ha salido? se le ha dado por buscar trabajo y parece que lo ha conseguido…
– Qué lástima que deje de estudiar…
– Dice que hará las dos cosas, ¡pero seguramente ninguna de las dos bien! Bueno, la dejo, hasta mañana.
– Hasta mañana, y les deseo suerte con su hijo…
– Gracias, la necesitamos…
Las vecinas se separan, cada una entra en su casa. Allá arriba, la ventanita de la piecita sigue iluminada; adentro, el muchacho está sentado tremendamente concentrado frente a su computadora. Tiene puestos los auriculares, porque ha desconectado los parlantes para que la familia no oiga los ¡Pif! ¡Pum! ¡Ratatatata! ¡Booom!, del espectacular juego de video en el que compite por Internet desde hace meses con un montón de inútiles como él.

 vvv

– ¡Te voy a matar, Carlitos!
– ¿Qué pasa, ma?
– ¡Anoche fuistes a la piecita de tus cachivaches y cuando bajastes te olvidastes de apagar la lus, y estuvo prendida al cuete toda la noche!
– Uy, perdoname… pero ¿te fijaste que linda queda de noche la ventana encendida?
– ¡Si tanto te gusta dejála nomás, pero la prósima cuenta de lus la pagás vos!

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