Kósquires

¡Pelusas Eran las de Antes!

Martha Pensel - Fernando Rusquellas

primera parte

La primera frase estaba lanzada.

Ella no sabía cómo.

Sólo recordaba la pelusa, algo de una pelusa y de «La Concesión», pero….mientras tales pensamientos se arremolinaban en su mente, se mantenía muy quieta, acurrucada entre la bañera y la helada pared de azulejos blancos. Al mismo tiempo, cosechaba con enorme paciencia los muy escasos paquetitos de pelusa que podía rescatar de entre los dedos de sus pies descalzos.

Le aterrorizaba aquello de “La Concesión”.

Ahora, mientras la tímida Nuria arreglaba su cabello frente al espejo del baño no podía dejar de oir, dándole vueltas y vueltas por la cabeza, los sones de la Marsellesa. Cuanto más se esforzaba para dejar de oírla, la melodía, insistentemente regresaba ante la primera distracción. Lo peor del caso era que en vez de los conocidos versos franceses, sonaban en castellano los de la Marcha Peronista.

… La pelusa no tenía mucho que ver, pero a veces conviene que algo no tenga que ver con lo demás, si no todos serían edificios iguales, departamentos de cemento pintado, con ventanales idénticos para no perder la línea.

Un toque de pelusa hubiera sido un remanso. Pelusa de algodón de alguna tela cosida por la abuela, pelusa de cachorrito en la almohada del sillón, pelusa de plumones de algún nido.

Un edificio de pelusa blando, maleable, cambiante con las corrientes de aire, rodante…. y habitado por infinidad de microscópicos insectos capaces de gozar voluptuosamente con los sones de la música.

A despecho de los pensamientos reiterativos de Nuria, estos tan pequeños seres saltaban bailando la marchita pero cantaban en perfecto francés los versos de La Marsellesa. Sin embargo, de «La Concesión», ¡Nada!

En la habitación contigua, la abuela, mientras remendaba pacientemente los calcetines de la familia, tarareaba en voz baja

-…God save the king… – al compás de La Cumparsita.

¡Bah, pelusas, pelusas eran las de antes…! Pensaba Fido mientras jugaba enredando un ovillo de lana amarilla. Fido era el perro mimado de la abuela, un enorme dogo argentino que sufría una crisis de identidad desde el mismo momento en que se había enterado que el suyo era nombre de gato. – …¡Desde la aparición de las fibras sintéticas ya no son lo mismo…! -Se lamentaba.

Sin sospechar siquiera que los devaneos de Fido se debían a su irresponsable elección del nombre, Nuria se preocupaba de la minuciosa clasificación de las pelusas. No sólo las ordenaba según su aspecto visual o tactil, también tenía muy en cuanta su origen y su procedencia, la fecha y hora en que había sido hallada y hasta el nombre del recolector circunsatancial.

Cada vez que completaba una página del libro de actas un escalofrío le recorría el espinaso, «La Concesión». ¿Cómo influiría en sus vidas ?¿Qué sería entonces de la abuela? ¿Y de Fido? Y lo peor: ¿Quién se ocuparía de la pelusa de allí en más?…

Cuando el enanito del jardín (había dos, el de gorro verde y el de gorro rojo, éste era el de gorro verde) entró en la casa para reclamar su ración, como todas las mañanas, Fido le gruñó sin mucha convicción, la abuela lo saludó con un amistoso – ¡Good morning my litle man! – y Nuria con una ampulosa y exagerada reverencia.

– Si hubiera ido yo, – Murmuró con rencor el de gorro rojo, – ¡ni se habrían dignado mirarme…! y eso que soy el más eficiente recolector de pelusa…

Cuando volvía a su cantero, el enano de gorro verde le susurró por lo bajo a la abuela:

– ¡No olvides lo de La Concesión! ¿Ehhh?… si no, se habrá acabado la pelusa… ¡Hasta la nocheeee!…– La abuela asintió con la cabeza sin reparar que Nuria había visto y oído todo.

La muchacha quedó más desorientada que nunca, así que decidió averiguar a fondo qué estaba sucediendo a sus espaldas. Esa misma noche, cuando todos parecían dormir, se levantó en puntas de pie, se escondió tras el florero grande y esperó con mucha paciencia. De pronto, se abrió apenas una hendija de la puerta del jardín y una pequeña sombra se deslizó silenciosamente hasta el dormitorio de la abuela. Asombrada y perpleja oyó algunos grititos, el crujir de una cama, jadeos y risitas apagadas. Un rato después pudo observar cómo la sombrita del enano, tras abandonar la habitación de la abuela, se estiraba hasta alcanzar la manija de la puerta, la abría sin hacer el menor ruido y se escurría hacia el jardín.

– ¡ Mirá a la abuelita! – Exclamó muy quedo Nuria y regresó en puntas de pie a su cama. Esa noche no pudo pegar un ojo, su mente funcionaba a toda prisa, como nunca lo había experimentado. – ¡De modo que sin concesión se acaban las pelusas! ¿No será que se acaban los polvos? – Se preguntó, y no pudo contener una sonora carcajada que en el silencio de la madrugada sonó como un cañonazo.

A Fido le aterrorizaban las explosiones, así que corrió a refugiarse bajo la cama de Nuria. Fue tanto el susto que dejó caer algo que llevaba en la boca, algo así como una medalla pero con cierto volúmen, era casi esférica y estaba toda babeada. Nuria la recogió antes que Fido pudiera recuperarla y la examinó con gran curiosidad, era de un raro cristal azul y parecía haber sido labrada en toda su superficie. Buscó una lupa y descubrió que eran letras, había palabras en inglés. Inmediatamente se propuso traducirlas, pero notó que el idioma era algo extraño, había palabras que no figuraban ni en el diccionario grande de la biblioteca, parecía un texto muy antiguo, lo que le provocó mayor curiosidad aún.

Traducir ese fárrago fue toda una aventura para ella, le llevó varios días, a escondidas en su habitación. Hubo palabras que nunca logró interpretar, algunas veces estaban algo borradas, desgastadas por el tiempo, sin embargo anotó prolijamente en su cuaderno todo lo que pudo recuperar de aquella extraña esferita azul.

Encabezado por una corona de siete puntas y en rebuscadas mayúsculas de góticas inglesas se podía leer:

REAL CÓNCLAVE DE GARDENANOS PELUSINOS

El texto continuaba más o menos así:

H…..(ininteligible)…..los Gnomos Pelusinos aqui presentes, reunidos por voluntad propia y en libre ejercicio de sus …..(ininteligible)….. mágicas, resuelven esta «Concesión» del título de «Real …..(ininteligible)…..De Pelusa» a Mrs. Juliana de las Grandes ….(ininteligible)…. y a sus descendientes mujeres por todas las generaciones futuras con la única condición que den total satisfacción ….(ininteligible)…. a nuestros ilustres socios Gardenanos en el lugar del mundo donde se encuentren. ¡Dios salve al Rey!

– ¡Mirá a la tartarabuelita! -Dijo entre pensativa y divertida Nuria, y de pronto, mientras daba vueltas a la esferita entre sus dedos exclamó casi a gritos y sin cuidar su idioma:

– ¡Carajo!… ¡Yo soy la descendiente mujer después de la abuela!

Cuando muy tempranito por la mañana se levantó la abuela, siempre se levantaba primero. Encendió la hornalla, puso la pava a calentar, se arropó con la pañoleta y como todas las mañanas salió al jardín para escuchar el gorjeo de los pájaros y recibir el aire fresco sobre su frente. Junto a la puerta, apoyado en la pared había un enorme martillo de mango largo y pensó que ayer no estaba allí. Notó que en el jardín algo había cambiado: donde hasta ayer estaban los enanitos, había dos montoncitos de pelusa, uno verde y otro rojo, que el viento iba desparramando con cada ráfaga.

segunda parte: Nuria

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¡Pelusas eran las de antes! por Martha Pensel y Fernando Rusquellas se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirDerivadasIgual 3.0 Unported.

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