Operativo Cataratas
Fernando Rusquellas
Decúbito dorsal.
La lámpara del quirófano deslumbra al único ojo descubierto. Observo que la lámpara tiene tres foquitos circulares ubicados en los vértices de un triángulo isósceles.
Me siento tranquilo y relajado.
Una presión algo lateralizada en el globo ocular me indica el comienzo de la incisión. Mis manos se tensan involuntariamente.
Un repentino aflojar de la presión me hace suponer que un instrumento afilado ha vencido la resistencia de la córnea y penetra el cristalino.
Aunque la sensación me resulta algo desagradable no siento ni el menor dolor. Mis manos, algo tensas en el primer momento se aflojan paulatinamente.
Me gustaría enterarme de los detalles, oír una descripción de los pasos de la operación a medida que se producen pero no me atrevo a hablar, temo mover la cabeza.
¿Y el nistagmo, se anula con la anestesia?
Estoicamente aguanto mi curiosidad.
De inmediato la imagen de los tres foquitos se conmueve con el empuje arrasador de algún Ringer de pH estrictamente regulado que todo lo arrastra, se deforma, desaparece hacia arriba y reaparece alterada, irreconocible. Todo se conmueve y sacude hasta esfumarse en medio de un torbellino de colores rojizos y formas desconcertantes.
Un exceso de líquido se derrama por mi pómulo y el costado de la cara… Un pensamiento tan fugaz que no llega a penetrar el consciente…, pero no, no se trata del humor acuoso, sería algo más cálido…
Me apena el destino de mi catarata, esa formación de proteínas que poco a poco se fueron desnaturalizando, casi imperceptiblemente y me acompañó durante los últimos años. Siento una ligera sensación de pérdida de algo propio, que me pertenece, que lleva la impronta de las únicas e irrepetibles secuencias de bases púricas y pirimídicas de MIS ácidos nucleicos… de MIS genes. No sólo eso, las imagino impregnadas de imágenes que nunca llegaron hasta la retina, atrapadas entre las entrañas de sus pegajosas volutas,… espirilos, amebas, pinceladas de Van Gogh y Collivadino, nefrones con sus túbulos contorneados confundidos entre barbas de Freud y Fidel Castro, arco iris y tallarines conviviendo con diversas tipografías, puestas de sol, flores, sutiles parpadeos, infinidad de pequeñas estrellas…
Mis odiadas y entrañables, familiares cataratas, me estremezco ante su lamentable final, un frío recipiente para residuos patológicos donde correrá la misma suerte que muchas otras de su género pero diferente genética. Se irán deshidratando paulatinamente o peor aún, desconsideradamente devoradas por el fuego de un incinerador.
Una nueva presión, tal vez menos agresiva pero de mayor duración interrumpe mis pensamientos.
Aunque me siento tranquilo y confiado mis manos se crispan ligeramente.
Indudablemente se trata de la inserción de la nueva lente. La sé perfecta, cumpliendo parámetros de matemática precisión.
Mil imágenes cambiantes e indeterminadas que se deforman, cambian de lugar, de luminosidad y de colores que se suceden sin interrupción.
Casi de golpe reaparece la imagen de los tres foquitos de la lámpara del quirófano. Al principio temblorosa, se estabiliza y se aclara hasta consolidarse definitivamente. La comparo con aquella del comienzo y me sorprende la perfecta definición de sus bordes.
Siento con placer cómo mis manos se relajan suavemente.
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