La otra manera de verla llegar era dormirse y que ella lo despertara.

Pero no era lo mismo. Porque el despertar puede ser abrupto como el sabor de una aceituna y la esencia de su felicidad era otra cosa. Como un aroma a cemento húmedo, como cristalitos de azúcar que se disuelven en la lengua quieta.

Jogorrión iba y venía por la casa buscando excusas para tirar miradas por las ventanas como quien suelta semillas, por temprano que fuera no podía esperar a esperarla.

Ilesa venía desde donde los días  no acaban en las noches y venía para traerle caricias y limones.

El balcón resultó el mejor atalaya para las esperas, altar de invocaciones a la vida y sus resortes y lecho de cenizas rotas.

Ahí se podía cantar con el alma húmeda o tañir el arpa del aire a toda laringe; total…la barahúnda de gruñidos y carrasperas mecánicas envuelve todo en una masa borrosa de bufidos

Y nada alimenta más las ansias de un abrazo tibio, que edificarlo desde el terreno intangible de un balcón asomado al margen de un cauce que es todo cardúmen de candentes peces plateados.

Lo sabían los dos: ciento cinco muebles debían pasar cargados de pies y de manos resignadas, antes que el adecuado la llevara en andas, siguiendo la corriente. !Que cataclismo de emociones vislumbrar un revoleo de bufanda en la lejanía!

Y entonces si, por fin acercarme al ru/mut de tu corazón. Ya el oido sediento de silencio va borrando estruendos a cada paso para dejar un rengloncito incoloro donde more tu bendición. La oreja ladea los pasos, en éste presente sabe que no edificó su complicada arquitectura de pasillos y espirales para otra cosa que el estar y no estar de tus latidos.

Manos espalda, ojo ojo, beso beso, dos cuellos abrigados por la misma bufanda.

Pero la emoción de la llegada es mucho más frágil que la desleída desilución de la partida.

Quedaba apostar a un despertar con vislumbre de modorra; un postergarse en las tinieblas de la frazada para anticipar glotonería de los sentidos renacidos a mediatarde.

Jogorríon quiere encontrar a Ilesa, pero antes tiene que perderla.

Toda su melancolía se ve disminuida ante presencia tan concreta que hasta los semáforos siguen con su estúpido guiño incandescente. Los pececitos indiferentes siguen fluyendo como eslabones de una cadena. La misma nada está en el balcón esperando ser ocupada de gestos traviesos.

Si esta mano fuera, digamos… enero y esta clavícula marzo, tendrías que pasar por mi cuello para llegar a este hombro que es abril y también es mayo, porque en este hombro fue donde me dibujaste el primer silencio de corcheas.

Fijate en aquella sombra que hace la llovizna en el asfalto es gemela del haz de luz que refleja el resplandor del asfalto en la llovizna.

En la palma de tu mano cabe toda la noche igual que en la mía. Para qué amanecer tan temprano?.

Nada más parecido a un rompecabezas que un amor encastrado de promesas. El dispersó la piezas, mezcló secretamente escalofríos, empatías, sollozos, preguntas y muecas. Con la fascinación de un ritual nuevo invocador de cismos, musas o amnesias, incineró nomeolvides, huellas, carcajadas, todo junto y separado. E invocó una ausencia lo suficientemente acuciante, demoledora que trajera como un barrilete el ansiado regreso. Como era antes.

Cuando la primavera le arrancó un diente al limonero y el perfume se metió en todos los recuerdos, Ilesa se fue.

La llevó la misma corriente inalterable que todavía sigue bombeando peces indiferentes. Perdió su nombre y Lesa desde entonces es.

En el vidrio empañado de suspiros con leves soplidos escribió un mensaje que ni sofocos ni fríos han sabido borrar: Con la yema de ese dedo dolorido de cuerdas, escribime la trayectoria de meses que sepan traerme a tu pecho de vuelta.

Nunca Te Besé en Octubre por Paula Rusquellas se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported