Mensajes, Entre Mate y Mate
Fernando Rusquellas
Sasafrás, sentada en la silla bajita de tomar mate, hablaba, hablaba y hablaba como de costumbre.
Con el mate ya tibio en la mano, Semecarpus oía sin escuchar, hasta que por alguna razón, tal vez por pura casualidad, rescató de entre tanto palabrerío el término “comunicación”. Inmediatamente afloraron en su cerebro imágenes de archivo: teléfonos, periódicos, receptores de radio, televisión, fax…
– ¡Me opongo! – Estalló Semecarpus saliendo de su silencio – Comunicación no es sólo la de los medios – Y nuevas imágenes invadieron su conciencia: dos personas parloteando, un orador frente al público…
Esto lo satisfizo momentáneamente. Olegario, su perro, lo miraba embelesado.
– ¿Los animales? – Murmuró mientras Sasafrás continuaba hablando, diciendo vaya uno a saber qué cosas. Y las imágenes continuaron desarrollándose como en una película: el canto de un gallo, piar de pájaros, balido de ovejas, ladridos de perros…
– Me resisto, debe haber algo más: una madre amamantando a su bebé, una pareja y sus arrumacos, la cópula de dos langostas, un perro levanta sus belfos para mostrar los dientes, un gesto obsceno con el dedo anular, dos guiños con los faros, un semáforo en rojo…
– ¡Caramba! – El archivo de imágenes había sido abierto y parecía ser infinito: animales gregarios migrando masivamente, una familia de macacos refugiándose de la lluvia, una jauría de lobos persiguiendo una presa, una tribu africana incendiando una misión, una patota de motociclistas molestando a una muchacha, bomberos rescatando un gato de lo alto de un árbol, hormigas desojando un rosal…
– ¡Un momento! – Dijo Semecarpus dirigiéndose a su mujer que por un instante interrumpió su charla. – Ordenemos un poco todo esto, la comunicación parece ser algo más que palabras, algo más que sonidos, que señas… ¡Mucho más!
– Es la vida. – Contestó sabiamente Sasafrás mientras cumplía con el ritual de llenar el mate hasta que la espumita se hinchó hasta sobresalir peligrosamente por el borde.
– ¡Eso, la vida! – Y el hombre continuó como si estuviera al frente de sus discípulos en aquellos viejos años de sus clases en la Universidad. – No es necesario, para que exista comunicación, que ambos términos sean seres animados, con que uno de ellos lo sea es suficiente. – Entusiasmándose, devolvió el mate sin siquiera haberle dado una sola chupada. – Es comunicación la que hay entre un animal y el mundo inanimado con que se relaciona… – Su voz se volvió grave y sentenciosa: – El agua, los frutos que le sirven de alimento, el frío o el calor, lo inhóspito o lo acogedor de un lugar, la fragilidad de una rama o la inestabilidad de una piedra que está a punto de pisar emiten mensajes, estímulos a los que el animal deberá responder con una acción… – Al llegar a este punto hizo una pausa significativa. Empujándolas con un extremo de la medialuna hizo un montoncito con las miguitas sobre el mantel a cuadritos rojos y blancos y prosiguió:
– …La reacción del animal modifica las condiciones externas, que actuarán como un nuevo estímulo algo diferente del anterior… – Satisfecho dio un mordisco a la medialuna – …y una nueva respuesta producirá nuevos cambios…
Pero el archivo de imágenes del cerebro está activado y desborda casi sin control: unas abejas se dirigen a las flores abiertas, varias polillas golpean hasta quemar sus alas sobre la bombita eléctrica en el farol de la calle, una nube de espermatozoides se abalanza sobre el óvulo maduro, un gentío hace cola en una pizzería…
…Un girasol acompaña al disco solar en su recorrido, las ramas de un árbol se elevan hacia el cielo, la raíz que emerge de una semilla se dirige resueltamente hacia la tierra y perfora el suelo para sumergirse en sus profundidades.
– ¡Eso! Percepción de estímulos del ambiente y elaboración de respuestas adecuadas, ¡Eso es comunicación!
Ya calmado, como pidiendo su aprobación, miró a Sasafrás que sin mirarlo continuaba hablando, hablando y hablando vaya a saber uno de qué cosas.
Aquella primera imagen del teléfono le resultaba pobre y vacía de significado. Suspiró y notando que no contaba con un público adicto dijo para sus adentros:
–Toda clase de individuos, vegetales o animales, entre los que me incluyo, nos comunicamos con los demás y con el mundo… – Se interrumpió.
– ¿Individuos?… Individuos dije, ¿Ehh…? – Confuso al principio y claramente después nuevas imágenes cambiaron el curso de sus pensamientos: glándulas salivares segregan ante la presencia de alimento, un útero se contrae y expulsa un nuevo ser, hojas verdes cierran sus estomas evitando la pérdida de agua…
Un ruido característico indicó que el mate se había vaciado, pero con los ojos fijos en algún punto continuaba sorbiendo insistentemente.
Y las imágenes se multiplicaban: neuronas transmitiendo impulsos, células musculares recibiendo órdenes neuronales, el cartílago de un cachorro responde a la hormona de crecimiento, células de una papa reconocen un aumento de glucosa y fabrican almidón, leucocitos de la sangre rodean y fagocitan microorganismos invasores…
– ¡Es la vida! – Exclamó Sasafrás en medio de su fárrago.
– ¡Eso, la vida! La comunicación es imprescindible para la vida. – Sentenció hipnóticamente Semecarpus al tiempo que su compañera repetía como recitando una lección mil veces aprendida
– “Los órganos de un individuo se comunican entre sí, las células de sus tejidos envían y reciben mensajes de todo tipo. Informaciones físicas, químicas y biológicas atraviesan en todos los sentidos los ámbitos donde se desarrolla la vida.”
Esto no sorprendió a Semecarpus ya que ella repetía siempre la misma frase al llegar a este punto.
En eso, insospechadamente, las palabras pronunciadas abrieron un antiguo archivo de datos que dormía en el viejo cerebro de Sasafrás:
– Ni siquiera el tiempo es límite para la comunicación. – Arriesgó, dejando de cebar mate. – El mensaje genético se transmite intacto a través de muchas generaciones… y más segura de sí misma fijó sus ojos inteligentes en los de esposo. – Comunicación entre generaciones son también las costumbres de una población y se transmiten de padres a hijos, los conocimientos…
– Los instintos… – Interrumpió Semecarpus.
– ¡Eso sí que es comunicación! Mensajes ancestrales, conductas aprendidas y transmitidas por vía biológica…
Semecarpus estaba tan contento que se permitió bromear con el asunto: “¡Eduque a sus nietos por medio de mensajes bioquímicos!…” – Dijo, y su semblante se oscureció de repente – ¡Por Zeus, no! – Y sin quererlo una fea interjección salió de sus labios.
Quedaron ambos en silencio. Eso también es comunicación.
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