Las Preocupaciones de Nacardia X – fuego!
Fernando Rusquellas
La abuela Migragna entró e la cocina rengueando, con la pañoleta tejida sobre los hombros y las pantuflas a medio calzar.
– ¡No sabés, nena, el susto que me pegué esta mañana!… – Comenzó a decir con voz temblorosa. – …eran como la cuatro cuando de pronto la cama se dió vuelta y… ¡pataplúmm! me caí al suelo como cuando era chiquita… ¡pero ya no soy chiquita!
– ¡Jajaja, abuela Migragna! Claro que no sos chiquita, lo que pasa es que estás muy vieja… ¡jajaja! – Dijo Nacardia ahogándose de risa.
– Vieja está la cama… – Respondió malhumorada la abuela Migragna. – …y no te rías, fue por culpa de esos bichos que hicieron aserrín con las patas de mi cama.
– ¡Jajaja! ¿te caíste por unos bichos que se comieron las patas de tu cama? ¡jajaja! – Se burló Nacardia mientras se prepraba para salir con el Lector que la esperaría junto al portoncito de calle.
La mañana estaba aún muy fría y se abrigó con un grueso gabán con piel sintética alrededor del cuello. Mientras caminaban alegremente tomados de la mano, Nacardia le describió al Lector, exagerando algunos detalles, el accidente sufrido esa mañana por la abuela Migragna. Llegaron ambos al laboratorio donde los esperaba la doctora Buretta enfundada en su guardapolvo blanco, orgullosa de lo rápido que aprendían sus improvisados alumnos:
– La semana pasada, hablando de quién se queda al final con la energía, le sugerimos al Autor que nos dejara un lugarcito en el cuento para pensar todos juntos, a dónde va a parar el resto de la energía que las hojas verdes le roban al sol… por que no toda termina en los frutos o las semillas…y como el Autor no nos contestó supongo que estárá de acuerdo en cedernos un lugarcito más… para empezar. – Y sin esperar a que el Lector y Nacardia hubieran terminado de sentarse en los banquitos redondos del laboratorio la doctora Buretta les preguntó:
– ¿Se acuerdan que le pasa a la glucosa cuando respiramos?
– Sí,… – Se apuró a contestar Nacardia, luchando denodadamente por desprenderse del gabán con cuello de piel sintética. – …lee… le sacamos la energía que tiene guardada.
– Y para eso… – Insinuó la doctora Buretta mirando fijamente al Lector desafiándolo a completar la frase:
– …Tomamos oxígeno del aire y… – Ensayó el Lector algo inseguro.
– ¡Oxidamos a la glucosa! – Completó impaciente el licenciado Rainbow desde su asiento sin siquiera levantar la vista del microscopio.
– ¡Oxidamos! ¿Cómo que la oxidamos…, no era que…? – Se extrañó Nacardia.
– Claro, respiramos, cuando respiramos oxidamos a la glucosa…
– Explicó la doctora Buretta. – …y cuando la glucosa se oxida, nosotros…
– …¡Nos quedamos con la energía que tenía guardada! – Concluyó Nacardia que había logrado por fin deshacerse del gabán.
– ¡Así es!… – Afirmó la doctora Buretta mirando a todos sin ocultar su satisfacción. – … a veces la glucosa forma largas cadenas…
– Ahh sí… ¡el almidón!… – Recordó Nacardia – …sí que me acuerdo, un montón de eslabones… ¡Tiene un montón de energía, como en las papas, el pan, los fideos…!
– El almidón, es cierto, pero la glucosa también forma otras cadenas algo más complicadas, sí señorita, y más duras… – Intervino casi a los gritos el licenciado Rainbow desde el otro extremo del laboratorio, que aunque nadie lo había notado, estuvo atento en toda la conversación.
– Es cierto… – Confirmó la doctora Buretta levantando el mechón de cabello gris sobre la frente. – …son más duras y difíciles de desarmar, son muy pocos los que pueden digerir estas cadenas y separar los eslabones de glucosa para utilizar su energía…
– ¿Un almidón… duro? – Pensó el Lector en voz alta.
El licenciado Rainbow se acercó al grupo acariciando su barba pelirroja entre el índice y el pulgar de una mano mientras arrastraba con la otra un banquito de madera.
– Estas otras cadenas de glucosa no forman almidón, ellas son celulosa… este banco, sin ir más lejos, está todo hecho de celulosa… de madera… – Y como señalando algo invisible con su largo índice agegó: – …a pesar de ser tan dura y resistente hay quienes se las arreglan para digerirla y utilizar su energía.
– ¡Ah, ya sé…! – Descubrió de pronto Nacardia. – …¡los bichos que hicieron aserrín con las patas de la cama de mi abuela Migragna!
– Esos mismos, justamente… – Confirmó la doctora Buretta – …y las vacas también, las vacas pueden digerir la celulosa…
– ¡Uyy… – Se alarmó Nacardia. – …si se mete una vaca en la pieza de la abuela Migragna, chau cama…!
La doctora Buretta hizo como si no hubiera oído, y con los anteojos en la punta de la nariz, continuó: – …las vacas, digo, pueden digerir la celulosa del pasto y aprovechan toda esa la energía.
– ¡Humm!… – Dijo con picardía el licenciado Rainbow. – …yo sé de otros que también utilizan la energía de la celulosa… – Y agregó, levantando una ceja pelirroja al tiempo que entrecerraba el otro ojo: – ¿Qué me dice el Autor de su estufa de leña, ehh…?
El Autor se estaba quedando dormido y se despertó de un salto cuando oyó que lo nombraban: – ¿Qué, qué, qué pasa con mi estufa de leña?
– ¡Oh, no pasa nada… – Contestó riendo el licenciado Rainbow mientras de un saltito se sentaba sobre la mesa de azulejos blancos junto al microscopio. – …es que cuando usted prende la estufa, la celulosa de la leña se oxida rápidamente y toda su energía queda libre en forma de fuego, de calor.
– Y… ¿eso es malo? – Preguntó sorprendido el Autor que no lograba despertarse del todo.
– No, no es malo, es la combustión… – Explicó el licenciado Rainbow desde su asiento sobre la mesa de azulejos al tiempo que balanceaba sus largas piernas de un lado al otro.
-Peroo… – Dijo pensativo el Lector. – … la celulosa… la glucosa, con el oxígeno se forma agua y dióxido de carbomo… ¿eso no es respiración?
– ¡Eso es!… – Aceptó la doctora Buretta. – …sucede que la respiración es también una combustión…
– ¿Combustión, y cómo cuando respiro no me quemo con el fuego? – Preguntó asombrada Nacardia sin terminar de creer lo que acababa de oir.
– ¡No, no, nada de fuego!… – Se apuró a aclarar la doctora Buretta. – …la respiración es una combustión, una combustión muy especial donde la glucosa se oxida lentamente, paso a paso, de a poquito, sin fuego… – Y agregó: – …cuando la combustión es rápida la energía se libera en forma de calor y de luz … entonces sí hay fuego, como en la estufa de leña del Autor.
– Entonces,… – Descubrió el Lector. – … cuando quemo una madera, estoy quemando celulosa…
– …Y como la celulosa está formada por cadenas de glucosa… – Insinuó el licenciado Rainbow abriendo mucho sus ojos azules y levantando las cejas con una mirada significativa a Nacardia
– …El fuego en la estufa de leña es energía del Sol… – Descubrió Nacardia con entusiasmo. – …la misma que encerró la planta en la celulosa, cuando todavía estaba verde, claro.
– ¡Mi estufa de leña! ¡Mi estufa de leña funciona con energía solar! – Exclamó el Autor mientras se aflojaba la corbata, como si eso le permitiera comprender mejor.
– Sí, tu estufa de leña… – Repitió el licenciado Rainbow con picardía. – …y tu auto también.
– ¡No, no, el auto no usa leña… es naftero. – Se opuso el Autor con seguridad.
– ¡Y la nafta es de petróleo! – Opinó el Lector sin disimular una sonrisa de suficiencia.
– …Y el petróleo… – Comenzó a decir la doctora Buretta cuando Nacardia la interrumpió con incontenible entusiasmo.
– …¡Claro, el petróleo tiene la energía del Sol que guardaron las plantas hace… no sé, mucho tiempo, creo.
– ¿Mucho tiempo? ¡Claro que mucho tiempo!… millones de años… – Terminó la doctora Buretta, y dirigiéndosa al Autor: – …la energía que utiliza tu auto cuando quema nafta es la misma que emitió el Sol hace millones de años…
– …Y que desde entonces estuvo inmovolizada, guardada en el petróleo. – Concluyó el licenciado Rainbow.
– ¡De modo que no sólo mi estufa de leña, mi auto también funciona con energía solar! – Exclamó el Autor con un dejo de incredulidad en sus palabras.
– El gas… entonces… el gas de la cocina de la abuela Migragna también tiene energía del Sol… – Arriesgó Nacardia.
-…Mi cocina es eléctrica, así quee… – Desafió el Autor.
– Pero las usinas eléctricas usan carbón mineral… – Razonó el Lector – …como el petróleo… pura energía solar.
– Sí, pero la electriciadad, ahora se hace con energía eólica… – Insistió el Autor ya casi sin argumento – …con la energía del viento.
– ¿Energía eólica?… – Preguntó el licenciado Rainbow mirando con sus ojos azules al Autor por encima de los anteojos sin borde. – …la energía eólica es la del Sol, que cuando calienta el aire…
– …De todos modos… – Intervino la doctora Buretta, algo impaciente después de mirar su reloj. – …con energía eólica no dejamos de depender del Sol… sólo evitamos la intevención de las plantas verdes.
– Para que el Autor no se sienta incómodo: también usamos una energía que no depende del Sol, la energía atómica. – Concluyó el licenciado Rainbow al tiempo que se bajaba de su improvisado asiento sobre la mesada.
Mientras caminaban de la mano, de regreso a casa, Nacardia le comentó al Lector: – Hay algo que no entendí, ¿Qué tiene que ver que el Sol caliente el aire con la electricidad y la cocina del Autor?
– Creo que sé de lo que se trata, algo de eso leí alguna vez, después de comer te explico… – Y concluyó, dándose aires de importancia: – …es parecido a lo que pasa con la energía hidráulica.
– ¿Cómo podré explicarle todo esto a la abuela Migragna cuando me pregunte?…la ciruela podrida, el vino, el pan, los bichos de las patas de la cama, la estufa de leña del Autor, la nafta, el gas de la cocina, la electricidad… – Se pregutaba Nacardia mientras regresaban a casa, tomando la mano del Lector.