Las Preocupaciones de Nacardia V – la luz
Fernando Rusquellas
Al Autor le volvió el alma al cuerpo. Habia recuperado la creatividad que temió perdida para siempre y decidió, astútamente, dar un paso arriesgado.
– ¡Abuela Migragna…! – Llamó, y ordenó con cierto tono autoritario: – Esta mañana prepare un rico chocolate bien dulce para los chicos… para Nacardia y el Lector, digo… – y suavizando la voz agregó: – parece un buen muchacho este Lector, y en estos últimos días se están llevando muy bien.
– ¡Buen muchacho, buen muchacho! ¡Está buscando… ya sabés lo que está buscando!… – Rezongó la abuela Migragna – …los hombres son todos iguales, miralo al Otario Cabrón, cuando consiguió lo que buscaba… son todos iguales.
– No sea tan desconfiada, abuela Migragna… – Insistió comprador el Autor – …sea buena, prepáreles un buen chocolate… déle…
– Donde manda capitán… no manda marinero. – Recitó entre dientes la abuela Migragna, y de mala gana se dirigió a la cocina para cumplir la orden.
– Disculpen… ¿Estará Nacardia? – Preguntó tímidamente el Lector temiendo no ser bien recibido a hora tan temprana.
– ¡Adelante, muchacho!… – Invitó el Autor, y continuó con voz melosa: – …¡adelante! justamente la abuela Migragna está preparando el chocolate para el desayuno y…
– Es que yo no querría molestar, buscaba a Nacardia para… – Intentó zafar el lector, pero el Autor estaba decidido a no perder la oportunidad y llamó a gritos:
– ¡Nacardiaaa, a levantarse dormilona que pronto estará el chocolate! y…¿ A qué no sabés quien vino?
– ¡Ufa, chee, que no dejan dormir! – Se levantó malhumorada Nacardia, y cambiando el tono se dirigió al Lector que a estas alturas estaba paralizado:
– ¡Hola, ¿qué hacés tan temprano?
– Te… como habíamos quedado te vine a buscar p…para… – Tartamudeó el Lector – …me llamó la doctora Buretta… que esta mañana puede dedicarnos una ratito…por lo de la glucosa y la energía, que de dónde la sacan las plantas y eso. ¿Te acordás? – Se había vestido cuidadosamente, pullover blanco de cuello alto, saco beige entonando con el pantalón apenas más oscuro y unas muy pulcras zapatillas sin cordones.
Nacardia estaba feliz y asombrada al mismo tiempo:
– ¿En serio, ella misma te llamó, ella te dijo que fuéramos? – Sin pensarlo más tomó al Lector de la mano y lo tironeó hacia la puerta de calle. – ¡Entonces vamos yá !
– ¡Un momentito!… – Retumbó autoritario el Autor – …antes deben desayunar… para algo la abuela Migragna preparó un rico chocolate dulce y calentito.
– ¡Por lo que les interesa mi chocolate a estos dos…! – Refunfuñó la abuela Migragna al tiempo que ponía sobre la mesa el jarro rebosante del chocolate recién preparado. El Autor le guiñó un ojo al desconcertado Lector y pasándole el brazo por sobre los hombros arrastró a la abuela Migragana hacia la cocina:
– Ellos son jóvenes, dejémoslos para que puedan hablar de sus cosas… nosotros ya…
Nacardia no se había preparado para salir. El buzo rojo descolorido asomaba por debajo del abrigo azul de entrecasa algo encojido por los sucesivos lavados, el vaquero deshilachado dejaba al descubierto una rodilla de su dueña, y completaba la vestimenta un par de pantuflas peludas víctima de los cariñosos arañazos y mordizcos de Mushca. Era evidente que no se habían puesto de acuerdo para elegir vestimenta
Apurado el chocolate de a grandes sorbos se dirigieron apurados, casi corriendo, hacia el laboratorio de la doctora Buretta, que a costa de las repetidas visitas, el lugar les estaba resultando familiar.
– ¡Hola! ¿Cómo amanecieron los tortolitos esta mañana? – Saludó la doctora Buretta mientras volcaba unas pocas gotas de un líquido púrpura sobre un pequeño vidriecito alargado.
– ¿Tortolitos?… – Repitió para sí el Lector. – …¿qué quiso decir con tortolitos, será como aerolitos, nos verá como unas piedras retorcidas… o que hubiéramos caído del cielo…?
El Autor no podía creer lo que estaba oyendo. – ¡A este sí que no lo entiendo!… – Pensó – …la doctora Buretta le dá el pie, se lo deja servido en bandeja y no lo aprovecha… un cascote, pero caído del catre, no del cielo…
Mientras lavaba el líquido púrpura del vidriecito con un fuerte chorro de agua bajo la canilla, con la otra mano, la doctora Buretta levantó el mechón de pelo que le caía sobre la frente y sin mirarlos todavía dijo:
– Recuerdo que la semana pasada Nacardia tenía una nueva preocupación, una nueva y muy importante duda…
– Sí…que por qué las plantas tenían glucosa… ese azúcar lleno de energía. – Contestaron casi al unísono Nacardia y el Lector.
La doctora Buretta respiró hondo, se sentó despacito en un banquito redondo, y cruzando las piernas habló lentamente recalcando algunas palabras:
– Las plantas… las plantas verdes, por supuesto, le tienden todos los días una trampa al Sol…, una verdadera trampa, y le roban parte de su luz… así es como la energía de la luz queda atrapada en las hojas… en las hojas verdes.
– Ahh… ¡La energía… claro, la energía de la luz! – Descubrió el Lector que alguna vez había leído algo sobre la energía de la luz.
– Pero entonces, son las hojas las se quedan con la energía de la luz… – Razonó Nacardia. – …¿Y el azúcar, qué?
La doctora Buretta peinó el mechón de pelo que como de costubre volvió a caer sobre la frente, cruzó sus piernas regordetas para el otro lado y se dirigió al Lector:
– ¿Recordás Lector cuando contaste que “Una vez leiste que todas las plantas, además de proteínas, tienen agua, mucha agua”?
– ¡Síii… claro, yo si que me acuerdo!… – Saltó Nacardia. – …fue cuando la abuela Migragna dijo “¡Cómo no van a tener agua si las riego todas las mañanas!
– Bueno… – Comenzó la doctora Buretta – …en las hojas verdes sucede algo maravilloso: con la energía robada al Sol, el agua con que las regó la abuela Migragna, y un gas del aire, las hojas arman una sustancia nueva que antes no existía, un azúcar dulce: la glucosa… y lo más importante: ahora la energía quedó atrapada, formando parte de la glucosa.
Con esta última frase la doctora Buretta dio por terminada la reunión, abandonó el banquito redondo, se sentó frente al microscopio y pareció olvidarse de la presencia de los jóvenes.
La vuelta a casa fue muy silenciosa, casi no hablaron, lo que habían aprendido daba vueltas y más vueltas en su pensamiento.
– ¡Abuelaa… abuela Migragnaa!… – Nacardia entró a los gritos a la cocina – …¿Sabés lo que hacen las plantas con el agua que vos les ponés?
– ¡Las plantas no hacen nada! se quedan muy quietecitas en sus macetas… – Sentenció la abuela Migragna sin dejar de preparar el puré para el almuerzo. – …cuando las regás te agradecen poniéndose lindas y fresquitas.
– Si, claro, se ponen lindas y fresquitas… – debió aceptar Nacardia – …pero además… ¿Sabés que hacen? fabrican glucosa… la doctora Buretta dice que es un azúcar dulce lleno de energía… la energía de la luz… de la luz del Sol.
– ¿De dónde sacaste eso, nena? Son tonterías que dice la gente que no tiene nda que hacer… – Dictaminó terminantemente la abuela Migragna. – …mirá, las papas no tendrán azúcar pero bien que te gusta el puré… desde chiquita te gustó el puré.
– Bueno, las papas no sé, tal vez pero… – Dudó Nacardia al borde de la desilución.
El Lector se había sentado en un rincón, estaba en silencio y parecía no haber escuchado la conversación, de pronto abrió desmesuradamente los ojos y exclamó:
– ¡Almidón, el almidón de las papas que dijo la doctora Buretta el otro día! ¿te acordás de las cadenas de que nos habló?
– ¡Siii, las cadenas, con eslabones de glucosa!… – Recordó Nacardia entusiasmada. – …¡entonces sí que tienen glucosa las papas…un montón de eslabones… y claro, un montón de energía!
La abuela Migragna, que parecía no haber escuchado, se quedó muy callada, se secó las manos en el delantal y recordó sonriendo:
– Eso de la orgía y la blucosa no sé, pero lo del almidón puede ser… Primitiva, ¿sabés? mi abuelita Pitiva, que Dios la tenga en la gloria… planchaba la ropa con el agua de hervir las papas… Sí que me acuerdo, yo era chiquita… la plancha de carbón… estaba muy caliente, salía humito… no me dejaba tocarla… – Y se le humedecieron los ojos.
– ¡Lo que faltaba…! – Pensó el Autor poniendo los ojos en blanco. – … ¡que la vieja también empiece con las dudas, así hacen un trío y me complican el cuento.
Nacardia también se quedó pensativa:
– … Me preocupa una duda, cuando le iba a preguntar a la doctora Buretta nos despidió de golpe y se me quedó atragantada…
– ¿Una duda atragantada? Jajaja. – Rió divertido el Lector tomando la mano de Nacardia.
– Sí, una duda, y una duda importante… – Insistió Nacardia muy seria y sin retirar su mano de la del Lector. – …no entiendo cómo hacen las plantas para atrapar la luz del sol y como si eso fuera poco ¡hacer azúcar y meterle la luz adentro!…
– ¡Tenés razón, eso suena muy loco! – Admitió el Lector sin soltar la mano tibiecita de Nacardia.
– ¡Locos van a quedar ustedes dos con todas esas cosas raras en la cabeza!… – Se la oyó rezongar desde lejos a la abuela Migragna.
El Autor, al notar que Nacardia no había retirado su mano de la del Lector, suspiró reconfortado y se estiró en su sillón con las manos unidas en la nuca.
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«Las Preocupaciones de Nacardia VI – Rainbow»
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