Kósquires

Las Preocupaciones de nacardia III – algo más que dulce

Fernando Rusquellas

En medio de la noche se despertó Nacardia sobresaltada. Una pregunta se repetía cientos, miles de veces en su cabeza. Cuando el corazón retomó un ritmo normal intentó dormir nuevamente, distraerse pensando en la taza de chocolate que le traería la abuela Migragna en la mañana, se arropó hasta el cuello, tapó su cabeza con la almohada, pero la misma frase con la pregunta no dejaba de repetirse como una letanía.
Dormir se le hizo imposible.

La insistente pregunta era cada vez más insoportable.
Se levantó descalza, y envuelta en una frazada se asomó a la ventana. Afuera estaba oscuro todavía y soplaba un fuerte viento del este. Las siluetas de los árboles del jardín agitando sus ramas se destacaban, oscuras, contra un cielo apenas iluminado por las estrellas.
A la pregunta de -“¿Cómo puede moverse mi cuerpo?” – se sumó ahora algo más difícil de contestar:
“- Los árboles se mueven por que los empuja el viento, pero… ¿Mi cuerpo, cómo se mueve? ¿Quién lo mueve?”
– ¡Son las tres de la mañana…! ¿No podías esperar unas horas para hacer esas preguntas? – Protestó el Autor en calzoncillos, bostezando y refregándose los ojos con el dorso de las manos. – Mañana, con la luz del día podremos pensarlo mejor…
– Es que no puedo dormir, es esa preocupación, la duda que no me deja… – Respondió Nacardia al borde del llanto.
– ¿Qué hacen levantados a esta hora? ¿No pueden hablar más despacio? – Protestó casi sin voz el Lector, medio dormido aún, llevándose las sillas por delante y con los ojos enrojecidos por el sueño.
– A mí no me deja dormir el dolor la cabeza…¿a ustesde también les duele la cabeza? …preparo más de este té y verán… santo remedio… – Recetó la abuela Migragna enfundada en su viejo camisón de franela mientras sorbía con entusiasmo morboso de una enorme taza enlozada que apestaba a boldo recocido.
– ¡Lo que nos faltaba!…té de boldo… – Exclamó por lo bajo el Autor y elevó la voz para que lo escuchara Nacardia:
– Mirá nena, la cosa es muy sencilla, la energía del viento mueve los árboles, y tu cuerpo se mueve por tu propia energía… ¿Entendés?… – Y abriendo la boca como un hipopótamo bostezó satisfecho de su explicación. – Bueno, ahora todos a la camita y ¡Hasta mañana!
– ¿Mi cuerpo, qué es eso de «mi propia energía»? – Preguntó incrédula Nacardia.
– La energía de los alimentos… Las plantas están llenas de energía y cuando las comés… – Intentó el Lector sin terminar de despertarse.
Nacardia, que estaba totalmente despierta, insistió:
– ¿Cómo es eso de «energía», no eran porot… proteínas y agua lo de las plantas?
– Pasé por delante, ví luz encendida y entré… Se oyó la voz apenas reconocible del doctor Stetoscopius, que apareció preocupado en la puerta de calle enfundado en el sobretodo, boina vasca hasta las orejas y la cara apenas visible, cubierta por una bufanda a cuadros que apenas le dejaba libres los ojos – ¿Están todos bién,… la abuela Migragna…?
– ¡Ohh, no es eso!… – Se oyó la voz somnolienta de alguien. – …se trata de Nacardia, que no logra conciliar el sueño…
– ¡Y claro que no puedo dormir! – Protestó Nacardia ­- Entendí lo de las proteínas, algunas con muchos eslabones, otras con pocos y todo eso, ¡pero ahora resulta que los vegetales, además tienen energía!
– ¡Las dos cosas, tienen muchas proteínas diferentes… – Explicó dándose aires de catedrático el doctor Stetoscopius. – …pero también tienen glucosa, que  es un azúcar dulce lleno de energía.
– ¡Ahh! – Exclamó despertándose el Lector – Cuando comés esa planta…
– Y cuando la digerís, – Interrumpió el doctor Stetoscopius. – …tu cuerpo se apropia de la energía que tiene el azúcar… la glucosa.
En eso estaban cuando la abuela Migragna apareció trayendo un gran jarro humeante, y arrastrando las pantuflas anunció con voz chillona:
– ¡Un sano y rico té de boldo para todos!
– Para mí con azúcar… pura energía. – Reclamó el doctor Stetoscopius guiñándole un ojo a Nacardia que no podía disimular su cara de asco ante el olor del boldo que invadió toda la habitación.
– Bueno… – Dudó Nacardia – …las frutas serán dulces, pero todas las plantas no, las hojas son amargas… si como nada más que ciruelas, frutillas y caramelos… ¿será suficiente?
El doctor Stetoscopius, simulando no haber oído, se apuró a saludar y envolviéndose en su abrigo salió rápidamente de la habitación. El Autor y la abuela Migragna se escabulleron en silencio. El único que se quedó, acompañando a Nacardia con su nueva preocupación fue el Lector prometiéndole:
– Mañana, bién tempranito, te acompaño y vamos los dos a ver a la doctora Buretta para que nos saque de la duda… ¡Lo prometo! Pero ahora, por favor, vayamos a dormir un poquito más… – Nacardia observó con agrado las manos delgadas del Lector, se envolvió mejor en la frazada que aún conservaba sobre los hombros, y aceptó la proposición sin dicutir.

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