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Categoría: Cuentos

Las Fiestas y Yo o Las Fiestas Sin Mi

por Paula Rusquellas


¡Qué año!. La cosa empezó creo que con el cumpleaños de Carina al fin del año anterior. En su casa, una reuníon de familia, gente muy cálida, me recibieron como si hubiera sido una más de la casa; los hermanos se agarraban a trompadas por cualquier cosa y a nadie le llamaba la atención, había un pekinés o más de uno que esquivaban los movimientos bruscos del atacante y el atacado. Había un invitado más: una cabeza de jabalí presidiendo la mesa desde las alturas de la pared, yo casi me caigo de la silla cuando sentí una presencia que me vigilaba desde las tinieblas todo colmillos y ojos de vidrio.

Después hubo muchos más o no se si muchos, en realidad se me confunden, se me suman y me parece todo una gran revoltijo de gente, ruido y cansancio.

El anuncio empezaba con unas semanas de anticipación en la repartija de tarjetas de invitación, entonces uno quedaba como atrapado en la cartulina con letras doradas, moños, cintas, florcitas rococó y hasta alguna vez cisnes, todos invariablemente abrillantinado, en tonos pastel. A partir de ahí empezaba a circular el tema de juntar la plata para el regalo y la planificación de la ropa. Supe de quienes iban a modistas y se tomaban medidas y conversaban acerca de sedas, modelos y otros misterios de la natura femenina. También había quienes saqueaban roperos familiares, hermanas mayores, primas y amigas de otros círculos no involucrados. La pesquisa no solo se limitaba a vestidos y blusas, había también que ocuparse de carteras que combinaran con zapatos, abrigos, aros, pulseras y demás cachivaches brillosos. La consigna era la combinación y el terror de todas: ¡no repetir!. El vestuario debía parecer infinito. Si era cierto que los zapatos eran cada vez de estreno yo no se como hacían para caminar y encima bailar. Con razón en una ocasión se vio a la cumpleañera con el fastuoso vestido bailar con zapatillas de tennis tiznadas de polvo de ladrillo.

Asistía a las conversaciones, seguía el hilo como podía, me enteraba de las nuevas piezas de los múltiples rompecabezas que se iban armando, una conseguía un collar de la tía, otra se ajustaba un top de la madre y se sacaba lustre a carteras que irían vacías y cinturones a los que habría que agregar agujeritos.

Yo tenía un par de prendas libres de manchas de pintura y patas de perros gracias a las peripecias de mi madre para mantenerlas fuera de mi uso cotidiano, pero más allá de eso, no había ropa de fiesta ni en mi guardarropas ni en el de ningún miembro de la familia, asi que las variantes se me terminaron a la segunda fiesta y además me aburrí del tema, así que a alguna fiesta muy almidonada me presenté con los jeans y la camisa a cuadros con la que venía de algún otro lugar. La cara de desconcierto de los tipos de la puerta que estaban para velar por la prolijidad de posibles varones en camiseta me encantó.

El día de la fiesta, Silvana y yo íbamos juntas en auto y volvíamos en auto nuestros padres se turnaban la desdicha de salir de madrugada en nuestro rescate.

¡Qué linda era la llegada!, empezaban a aparecer las invitadas transformadas, las lacias enruladas, las enruladas planchadas, las lisas tetudas, las tetudas con los corpiños macizos como macetas, las pálidas tostadas, las morochas con cachetes rosados, de pronto todas tenían pestañas largas y curvadas, hasta la más rubia se le pringaban los ojos de alquitranadas sustancias, las petisas se encaramaban sobre tacos inverosímiles y algunas largas también, todas juntas sumaban el empalago de los perfumes mezclados de maquillaje tapa acné, los provenientes de frasquitos diminutos y algún rezago de naftalina rebelde y reveladora de los atracos.

Muchas llegaban enfundadas en tapados de piel. ¡Pobres gatos terminar colgados de una percha!

Yo iba abrigada con campera y bufanda porque si bien los salones estaban exageradamente calefaccionados el Impala de mi papá no, la calefacción recién empezaba a descongelar las estalactitas del interior a los 40 minutos de andar y daba un olor a goma calentada que hubiera podido competir con el más empalagoso perfume de moda.

La cosa tardaba en empezar nunca entedí porque la homenajeada llega tanto después que los invitados, se armaba toda la expectativa prefabricada, la alfombra roja, las luces que se empezaban a acomodar, alguien se asomaba a la escalera, (siempre hay una escalera) y avisaba ¡ya viene!, pero no venía nada, se sacaba una foto en cada escalón. ¡La música para entrar! ¡Y dale con las fotos! Como si hubiera llegado un E.T. Lo que se podía ver cuando por fin terminaba la procesión por la escalera y la alfombra era una chica encerrada en un merenguito.

Tratando de poner cara de emoción con la dificultad de no poder respirar a gusto por el corsette, de no poder caminar como cualquiera por los tacos, de no poder ver bien por los pelitos «casual» y el pegote de rimel y los flashes el merenguito en cuestión saludaba como en trance. Los varones invitados se distraían con otros escotes y las niñas invitadas le sacaban el cuero peor que al gato de la percha.

Para mi cumpleaños de 15 mis padres me preguntaron temerosos qué iba a hacer.

Invité muy pocos amigos muy amigos, saqué todas las sillas de la casa, y las arrinconé en el dormitorio de mis padres donde quedaron acorralados hasta el día siguiente. Rejunté todos los almohadones que pude y los desparramé por el suelo, corté la luz, llené todo de velas, encendí la estufa de leña y les pedí a mi mamá que hiciera pizzas, a mi abuela sanguchitos y a mi tía tortas.

Ese día estrené una camisa que todavía me acompaña y unas zapatillas a las que di honorable sepultura en alguna ocasión. Informé a todos los invitados de las condiciones en las que iban a convivir conmigo por unas horas, por lo visto no me creyeron porque Karina y Andrea vinieron como envueltas para regalo con zapatos de taco claritos, el camino de entrada de tierra amazada por el ir y venir de los perros en días de lluvia no es lo mejor para la conservación del buen calzado y tampoco los almohadones en el suelo. Pero yo avisé.

No sólo niñas asistieron también unos pocos galanes Leandro, Gustavo ya habituados a las recepciones sin asiento y las situaciones sin gollete normales para la casa y la habitante. Atilio, Juán y Gustavo que en solidario trío llegaron a acompañarme disimulando el desconcierto; me llevaron la corriente en un relato comunitario sin pies ni cabeza y le pusieron música al silencio de la noche oscurísima y congelada.

Una invitada romántica quiso salir a buscar leña, con ayuda de un glamoroso galán, yo no me enteré de su excursión por las afueras y no le avisé de la tapa de inspección que los destapadores de la cloaca había dejado abierta el día anterior. Literalmente su escapada romántica terminó para la mierda.

Marcela no es la única que alucina en las fiestas, Karina aseguraba haber visto un sapito saltando por la casa, no es que sea muy improbable ver un sapo en mi casa, pero las probabilidades se hacen casi nulas en mayo, entre almohadones y con el fuego encendido, Bevi se reía y aseguraba haberlo visto también nunca supe cómplice de qué era.

Encordé la guitarra que circula por mi familia desde hace tres generaciones a pesar de que nadie la tocó nunca, con la esperanza de romper el hechizo que la enmudece, efectivamente los muchachos invitados se abrazaron por turnos a ella y no hubo forma de que cambiaran de pareja, el único vals de mi vida lo bailé con Silvana al no ritmo del cassette de Strauss mientras en vivo alguien rasguñaba las piedras o algún otro éxito de fogón del momento.

A partir de la entrada triunfal no se que más pasaba, los chicos mutaban en aspiradoras y engullían sin masticar todo lo que se les presentara; a Gustavo de pronto en plena masticación de seis o siete sanguchitos a la vez, lo iluminaron y tenía que supuestamente dar a la cámara un emotivo mensaje de bonanzas para la posteridad de la querida amiga cumplidora de años; el quedó petrificado tratando de explicar porque no podía ni hablar, mientras yo huía despavorida en busca de un lugar sin cámaras donde volver al anonimato. Después la experiencia me mostró que siempre el mejor lugar es el baño, cuando todavía el alcohol está entrando en las humanidades, ya no cuando es hora de que todo lo que entra salga.

Creo haber podido huir con eficiencia de todas las filmaciones y fotos, si para alguien era de vital importancia la presencia impresa de mi efigie, que sepa disculparme no puedo evitarlo, nací sin el gen de «cara de foto».

Todos cumplimos 16 tarde o temprano, pero para gracia o desgracia las fiestas no se acaban nunca; ni los carnavales carioca, ni las invitaciones melosas, ni los souvenirs posamoscas, ni las excavaciones sin éxito en las profundidades de los roperos, ni las fotos grupales de gente con cara de foto, ni la despedida a la primera luz del día cuando las velas dejan de arder.

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Comments

  1. Muy buena la descripción de las fiestas de 15!!! Esos simulacros de casamiento siempre me parecieron muy extraños: incluso cuando yo tenía que ir, disfrazado con el traje de mi papa, jugando a ser un señor grande y fumando los cigarrillos importados, que me había regalado Coca por error. La verdad es que los disfrutaba mucho. Baile el vals con todas mis compañeras, incluso con las hermanas de algunas de mis compañeras. ¿Y no baile el vals con mi propia prima? ¿Donde estaba yo en tu cumpleaños de 15? Por lo menos bailamos el vals en mi casamiento! : )


    Sergio A. Rusquellas
    abril 22nd, 2012
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