Il Bacio della Morta X -Final del sueño
Nuncio Romeo (año 1911)
En aquella cama de pasto escondida entre espesos arbustos, comenzaba a desvanecerse el efecto narcótico y reaparecían en mí sensaciones propias de la vida real. El ligero roce de la brisa, acariciándome las mejillas, me despertó obligándome a abrir los ojos y admirar el brillo de un estupendo mediodía. A mi alrededor la tierra estaba húmeda, así como mi ropa, que estaba mojada. Probablemente, mientras me dormí, había caído una llovizna que me hizo pensar en haber sido bañado durante el carnaval de Buenos Aires. Poco a poco las ideas comenzaron a aclararse; Deseaba comprender qué me había pasado. Recordé la morfina y lloré ante el recuerdo de mi madre, indudablemente muerta. Descubrí entonces una pasta verdosa pegoteada sobre mi chaqueta, parecía una mezcla de pasto masticado y semidigerido, que seguramente regurgité durante el sueño. Me incorporé dificultosamente tratando de recordar cómo había llegado hasta allí, la memoria me traicionaba y confundía la pasada realidad con el sueño del que acababa de despertar.
Con un esfuerzo de voluntad logré ponerme de pie y caminar hasta una pequeña fuente, de la que, después de mojarme repetidamente la frente, recogí agua para calmar el ardor de garganta que aún me quemaba. Me reanimé un poco y volví a sentarme en el pasto, ahora podía pensar más claramente en lo que había sucedido. Por primera vez tuve el sentimiento maravilloso de estar todavía vivo, tras haber tomado una gran dosis de narcótico.
Mirando a mi alrededor, observé unas plantitas de hojas alternas y de un pálido color negruzco; Con la palma de la mano me golpeé la frente al comprender de qué se trataba ¡¡Eran solanáceas !!; Recogí algunas de esas plantitas, tenían hojas ovaladas, grandes, con rayas de un verde oscuro, comúnmente se las conoce bajo el nombre de belladona. Recién entonces entendí lo que había sucedido. Aquellas hierbas que cuando las mastiqué me produjeron arcadas y el estómago terminó devolviéndolas, eran, precisamente, plantitas de belladona. Ellas me rescataron de un lugar donde me esperaba la muerte, y yo las había arrancado, masticado y tragado instintivamente. En el estómago, esta planta había neutralizado la mayor parte de la actividad deletérea de la morfina, convirtiéndola en un sueño letárgico, que no sabría yo precisar cuanto tiempo duró.
La belladona, que de por sí es muy potente por sus propiedades beneficiosas, produjo un efecto absolutamente opuesto al de la determinación que yo había tomado tan resueltamente.
Aunque todavía bajo los efectos de una pesadilla plagada de tantos recuerdos, no pude menos que recordar como, una bella donna, una mujer hermosa, puede producir los mismos efectos. El de un veneno moral en algunos casos, y en otros el de calmar las penas y las aflicciones. Por lo que aprendimos en el Génesis, todos sabemos que Adán, nuestro primer padre, en un primer momento obtuvo bienestar y alegría de su compañera Eva, pero mas tarde, debido a la metáfora de la manzana, la mujer hermosa lo envenenó, y tuvo que andar vagando, ganarse la vida con el sudor de la frente, y sufrir todos los contratiempos y los males que afligen a la humanidad, transmitidos luego a nosotros, incluyendo la avaricia.
De todos modos, no puedo explicar la impresión de aquel beso durante el sueño, acompañado por la voz: ¡Adiós hijo! ¿Fue acaso telepatía? Sólo eso serviría para explicar lo extraordinario del caso. Mientras dormía, soñé con mi madre enferma, moribunda, ya fallecida tal vez. La extrema actividad del cerebro, acompañada por los fuertes latidos de mi corazón dolorido, me habrán permitido recibir algún tipo de radiación, que poco a poco me habrá puesto en las mismas condiciones de un aparato receptor. La casualidad quiso que en el instante mismo en que mi madre estaba llegando al final de su vida, e indudablemente con toda la energía del último impulso de su corazón endeble, desesperada por mi lejanía de su lecho de muerte, se acercó a mí mediante ondas electro magnéticas como las Herzianas, expresándose en forma de un beso, de una despedida.
El sueño, al mismo tiempo que me recordó tiempos pasados, me hizo anticipar un afortunado y promisorio porvenir. Así como el sueño del pasado aparentaba ser bastante verdadero, pensé que sería posible también conocer el futuro.
Un tormento insoportable me había hecho desear y buscar una muerte que supuse segura. No se produjo.
Con vida pude reflexionar nuevamente, y pensé que en realidad, la muerte violenta de alguien por sí mismo, es un acto de cobardía, contraproducente. Lleva desesperación a la familia, el ejemplo suele producir tristes consecuencias, y a menudo hasta resulta deshonroso.
Mientras las ideas se sucedían de manera verdaderamente dramática en mi cerebro, una pregunta comenzó a surgir desde lo profundo de mi alma: ¿Qué hacer? Nunca más, ni por asomo, pensar en el suicidio: se puede morir incluso heroicamente yendo contra el peligro, combatiendo en el campo de batalla y defender el destino de la patria, en una epidemia, sacrificándose en bien de la humanidad sufriente.
Así es que decidí que hacer: estaba fuertemente convencido de mi filosofía, la muerte no me causaba demasiado temor, a mi modo de ver, no era más que una sentencia que no admite apelación. Cada uno, habiendo nacido antes o después, debe, inexorablemente pagar este tributo a la naturaleza, sea hoy o mañana, veinte años antes o veinte años después. ¿Qué somos acaso, frente a tantas generaciones pasadas y las infinitas por venir? Instantes fugitivos que se perderán en la eternidad, con la esperanza de que, con nuestra pequeña mentalidad, sumada a una difícil, muy difícil supervivencia del espíritu, hecho inmortal una vez liberado de las ataduras del cuerpo.
A mi entender, formamos con la madre tierra una parte microscópica del sistema planetario de nuestro padre sol, que sin duda, forma un todo con los demás mundos celestes errantes en el espacio infinito, para nosotros incomprensible.
Sin embargo, uno piensa como mejor le conviene, y fui formándome la convicción de deber vivir, de considerar el suicidio como una locura.
Poco a poco salí del escondite y en una taberna del suburbio más cercano pedí un refresco, instintivamente lo necesitaba, y me dí cuenta que ya habían pasado tres días, justamente los de la licencia del regimiento. Pude poner en orden mi ropa, que honestamente quedó bastante mal, y por la tarde me apresuré a llegar al cuartel para responder cuando pasaran lista en mi compañía.
Cuanto sucedió de extraordinario a lo largo de mi vida, si quisiera emprender una narración, no haría más que repetir, con mayor o menor prolijidad y destreza, lo que anticipadamente pude ver en aquel sueño.
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