Il Bacio della Morta – III el sueño retrospectivo
Nuncio Romeo (año 1911)
Me parecía estar en mi país, en Sicilia, una noche de verano. Sentado en una piedra contemplando la hermosa Venus al occidente. Viendo en el norte polar a la Osa Menor, que durante siglos ha sido la guía de los navegantes, y que lo seguirá siendo hasta finales del 3500, entonces será reemplazada por otra estrella de la constelación de Cefeo (debido al desplazamiento del polo); a continuación ví que en el 10.000 será una estrella de Cygnus, y en el 13000 la estrella polar será la hermosa Vega de la constelación de Lyra, y pude ver también a la Osa Mayor, girando alrededor del polo hasta siempre jamás.
Al Este ví al majestuoso Júpiter; e imaginé las enormes distancias, las innumerables pequeñas estrellas, las nebulosas… y mis pensamientos se elevaron hasta el infinito aunque sin poder comprenderlo.
No hay duda, dije, hay un principio, una suerte de enormidad incomprensible que nosotros, tan pequeños y orgullosos no logramos abarcar… ni entender.
Instintivamente estamos empujados a creer: ¿En qué?, es algo que aún no hemos superado, y que no lo será en el futuro.
Según su educación, en los pueblos se generan las creencias, las religiones: idólatras, Paganos, Maometanos, Zuinglio, Cristianos con sus diversas variantes: Luteranos, Calvinistas… y un centenar de otras creencias, y otras formas más o menos extravagantes, superticiones las unas y las otras.
Sin embargo mi educación comenzó con el bautismo; más tarde la misa, la confesión, y el jueves santo la comunión; pero con la edad, el estudio y la reflexión me surgió la duda.
Mi madre quería tener un sacerdote entre los miembros de la familia; al no haberlo logrado con el hijo mayor (como era costumbre por aquellos días en países poco evolucionados), cayó sobre mí, el menor, el deseo materno de estudiar para convertirme en cura.
No tenía yo vocación alguna por la carrera del sacerdocio; no me resultaba aceptable un culto que me parecía teatral e idólatra a la vez, con sus contradicciones y un dogma opuesto al buen sentido y a la ciencia. Pero era el deseo de mi madre, y una decisión favorable de mi parte la haria feliz.
Bueno: aquella fue una noche de reflexión, decidí abrirme a ese mundo infinito y contentar a mi madre entrando al seminario; quien sabe, con los estudios adecuados, con ejemplos de la más pura cristiandad tal vez fuese posible adaptarme a tal destino.
Por la mañana le comuniqué a mi madre que había tomado la determinación de hacerme sacerdote y de acudir al seminario. Se puso contentísima; también mi hermano, y no precisamente por que creyera que me esperaba un paraiso. Resignado y dispuesto al sacrificio abandoné mi casa camino al seminario.
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