El Banquito Arrepentido
Fernando Rusquellas
– ¡Abuelo, mirá, lo que grabé… todo en un CD!… ¡Uyy, abuelo… el banquito! ¡Abuelooo… cortaste el banquito de la abuela Tertulia!
El cuento que escribió Clotilde estaba terminado y listo para imprimir, junto con las coloridas ilustraciones que la misma autora había dibujado pacientemente. Pero ahora las cosas podrían complicarse cuando la abuela Tertulia descubriera las dos mitades de su banquito.
– No preocupas, nena, – Intentó tranquilizarla Simposio – Abuela Tertulia ni darse cuenta de nada, abuelo Simposio aregla por nuevo… – Aunque no parecía demasiado seguro de lograrlo.
– La abuela se dará cuenta y... – Ensayó Clotilde.
– Nooo preocupas, digo, decimos que sorprendo, divido y tiene dos igual… – Dijo Simposio poco convencido.
– Ahh, como las cérulas, la seño dice que la mitosis… ¡Siii! Decimos que al banquito le vino la mitosis, primero le viene la profrase, después la juanafrase, y meta frase y por fin va la telofrase….y salen dos igualitos igualitos… ¿Te parece abuelo, que la abuela Tertulia nos va a creer?
– Intentamos, nena, si cree pone contenta, si no cree aguanto dos o tres días caraculo y listo…vos trnquila, no culpas de nada….
Clotilde se sentía responsable por que su abuelo, cuando de puro apurado se distrajo y serruchó el banquito, estaba cortando la tabla para hacer la mesa para su computadora nueva.
Simposio abandonó por un rato la mesita e intentó componer el banquito: lo dio vuelta patas arriba, encoló las dos mitades del asiento y por la parte de abajo le clavó una tablita atravesada. Un poco de masilla disimuló bastante bien el corte.
Cuando Clotilde vio como había quedado, se quedó más tranquila y le estampó un fuerte beso a su abuelo en medio de la pelada por que lo sorprendió agachado mirando el arreglo desde abajo.
La abuela Tertulia preparó las cosas para tomar el mate de las cinco de la tarde, llevó su banquito hasta el patio, cerca de la puerta de la cocina para tener a mano la pava y no tener que caminar mucho cada vez que el agua se fuera enfriando. El mate tibio le daba acidez en el estómago.
Antes de sentarse en su banquito y cebar mate preparó una taza de leche espumosa para su nieta que no tomaba mate. Su mamá se lo había prohibido, cosa que a Clotilde no le importaba, de todas maneras le parecía feo y amargo.
Abuelo y nieta intercambiaron una sonrisita y una mirada cómplice. Si la abuela lo hubiera notado se habría dado cuenta que ocultaban alguna picardía.
Por el momento todo estaba saliendo bien.
Terminaron con el mate, la leche y los bizcochitos de grasa. Cuando la abuela Tertulia trató de pararse para continuar con sus quehaceres cotidianos…
-¡Ayyy, ay, ay…! – Gritó de dolor – ¡Ay, el banquito me mordió el… la cola…! – Continuó mientras trataba de arrancarse el asiento del banquito que la había pellizcado en tan mal lugar. El abuelo Simposio cerró los ojos, apretó los labios, miró al cielo y se agarró la cabeza, Clotilde corrió a esconderse tras el malvón de la maceta grande.
– ¿Qué le pasó a mi banquito? ¿Quién le hizo esto? – Preguntó Tertulia enojada y a los gritos mientras masajeaba el pellizcón.
Clotilde, desde atrás del malvón, trató de explicarle aquello de la mitosis, que cuando llegara la telofase tendrían dos banquitos iguales y todo eso pero… la explicación no sirvió de nada. La abuela estaba enojada, muy enojada, y miró muy feo al pobre Simposio que no sabía donde meterse:
– No enoja, mujer, fue serucho que no pudo ver banquito bajo madera para estante de mesita nieta tuya…Clotilde no culpable, todo culpa serucho… – Pero Tertulia no quería escuchar, estaba dolorida y furiosa por lo del banquito, y sobre todo por que entre el abuelo y la nieta se lo habían ocultado todo el tiempo.
Por fortuna, Justo en ese momento y haciendo un chasquido casi imperceptible, rodó al suelo una ciruela madura que por alguna extraña razón se desprendió del limonero.
Todos, hasta la abuela, se quedaron mudos, sobre todo cuando la ciruela, aprovechando el silencio que se había producido, habló claramente con palabras muy razonables e inconfundible voz de ciruela madura:
-No sería justo, – Dijo con la autoridad que le confería su condición de ciruela madura. – que los mayores armen semejante bochinche justamente el día en que Clotilde estaba tan feliz por haber grabado su primer cuento en la computadora.
Desde el limonero, un cerrado aplauso de los limones más jóvenes dio su aprobación al sabio discurso de la maestra ciruela. Solamente dos limones viejos y ácidos, a punto de caer de maduros, se sumaron a las quejas de Tertulia:
– ¡La abuela tiene razón! ¡Simposio no tiene derecho a cortarle el asiento al banquito del mate! – Gritaron a dúo – ¡Y esa ciruela desvergonzada que sin autorización usurpó nuestro limonero no es quién para dar consejos…!
Pero las palabras de la ciruela avergonzaron a Tertulia que se puso un poquito colorada, sobre todo cuando escuchó el aplauso de los limones jóvenes. Y aunque todavía le dolía la cola se acercó a su nieta con una sonrisa de abuela, le puso una mano de abuela en la cabeza y le preguntó también con voz de abuela:
– ¿Así que terminaste de escribir tu cuento?¡Me gustaría leerlo para saber de que se trata!
Clotilde estaba muy confundida y no supo qué contestar, pero en ese preciso momento una voz clara y dulce vino en su ayuda:
– Se trata nada menos que de las aventuras de una pobre ciruela roja abandonada a su suerte entre un montón de limones ácidos y amarillos… – Era la voz de la maestra ciruela, que por segunda vez salió en ayuda de Clotilde con el riesgo que eso significaba: algún glotón podría habérsela comido de un bocado.
Mientras, en el limonero se había desarrollado una discusión ácida entre los limones jóvenes y los dos ancianos:
– ¡Que abandonada a su suerte! – Dijeron los más viejos, y agregaron – ¡La ciruela madura, lejos de estar abandonada, se refugió sin nuestra autorización entre nosotros, los limones amarillos, para esconderse de las cotorras verdes!
– ¡Y ustedes son dos viejos limones egoístas!¡La ciruela madura corría peligro y los limones tenemos la obligación moral de protejerla! – Retrucaron a coro los jóvenes.
– ¿Obligación moral?¡Ni siquiera es una cítrica, apenas si es una rosácea! – Insisteieron los dos más ancianos, seguidos por la inmediata respuesta de los otros:
– Sí, rosácea, pero ¡no deja de ser tan dicotiledónea como el más pintado de nosotros!
– ¡Tener que vivir para escuchar estas cosas! – Comentó un escarabajo como de cien años que pasaba caminando dificultosamente al pie del limonero.– ¡Los jóvenes de hoy no respetan a nadie! – Y continuó con su camino refunfuñando por lo bajo.
Tertulia, que aún se hallaba junto a Clotilde, escuchó atentamente a unos y otros hasta que se cansó de tanta discusión y declaró solemnemente:
– ¡Sí señores, los jóvenes deben respetar a los mayores…! ¡Claro que sí!– Se hizo un silencio en todo el patio y continuó después con voz casi autoritaria: – ¡Pero los mayores, por viejos que seamos también debemos respetar y comprender a los jóvenes… además, desde hoy, en esta casa los limones y los escarabajos no hablan! ¿Entendieron?
Desde las ramas del limonero nadie habló pero se oyó un murmullo de aprobación, al que sumó su voz, ronca y carrasposa, el abuelo Simposio. Los dos limones viejos se ofendieron tanto que se arrojaron al suelo para mostrar su descontento y el escarabajo trató de caminar más rápido para no oír, pero sus patitas casi no le obedecían. Clotilde se apiadó de él, y con lágrimas en los ojos lo levantó con cuidado y lo llevó debajo del malvón para que no tuviera que caminar tanto a su edad.
Todos, casi al unísono felicitaron a Clotilde por su buena acción y por lo ingenioso del cuento que había grabado en el CD.
A todo esto el banquito se había emocionado tanto que prometió no volver a morder la cola de la abuela Tertulia y el abuelo Simposio se comprometió a hacerle un hermanito de madera igualito a él, hasta ¡Pintarlo del mismo color!
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