Reencuentro
Martha Pensel
AÑO 1950
Corrió contenta abrazada a su muñeca nueva, la del vestido largo y el sombrerito de paja atado con una cinta de seda. Ya no importaron sus zapatillas gastadas ni su pollera a tablas, ya casi sin tablas que encontrar.
Su muñeca tenía los ojos azules y el pelo rubio oscuro; pensó en cómo llamarla, pero ningún nombre pudo superar al de su orígen: «Marilú, Marilú de porcelana, mi amiga, mi nena…»
Corrió contenta alrdedor de la plaza para que todos las vieran en la mañana de aquel siete de Enero.
Sus amigas la saludaban al pasar, se acercaban con los ojos brillantes y la sonrisa muy grande, y ella se las prestaba para que la acunaran y le peinaran el flequillo con los dedos.
— ¿Te la trajeron los Reyes?
— No, me la trajo Margarita, mi Hada Madrina.
La miraron con asombro.
— ¿Está por acá?
— No, está en casa tomando el té.
– ¿Me la prestás a mí?… ¡Tiene el flequillo parecido al tuyo!
Y cada nena iba abrazando a la muñeca y todas sonreían con sonrisas blancas, y creo que fue ahí que ella les contó: Margarita le había dicho que con Marilú, que era bastante mágica, se iba a olvidar de todas las tristezas y de todos los peligros, y que entonces, a lo mejor así se iba a curar.
AÑO 2012
María Luciana caminaba despacio por la plaza de su pueblo. Sentía algún alivio del peso de los años mirando jugar a los chicos y charlar a algunas madres en los bancos de madera. Se cubría el pelo rubio y entrecano con un sombrerito de paja y tenía arremangada hasta los codos su blusa clara de algodón. Aunque nadie la saludaba al pasar, estaba bien, no importaba. Solamente quería ver jugar a los chicos que sabían reírse, que sabían caerse y rodar por el pasto, que se prestaban sus juguetes de Reyes y daban gritos chiquitos, igual que los gorriones.
— ¿Sos vos?
Se sobresaltó apenas y buscó con los ojos. Era la voz de una nena de pollera azul con tablitas arrugadas que la miraba, trepada a una rama baja del ciprés.
— Hola. – Le contestó.
— ¡Ya sé!…. — Dijo la nena — ¡Yo ya sé quién sos!….
María Luciana se detuvo y la miró. Tendría menos de diez años, ocho a lo mejor, y un flequillo marrón partido al medio por el viento.
— Ah….¿y quién soy? — Le preguntó.
— ¿No te acordás?
Sintió una especie de asombro silencioso, porque no se acordaba pero estaba, todo estaba ahí y en otro sitio, estaba en todas partes.
— Contame quién pensás que soy.
Y la nena empezó a moverse entre las ramas, asomándose y escondiéndose, trepando y hamacándose, riéndo y mirándola a través de los manojos verdes.
– Vos eras un poco diferente cuando eras chiquita… Yo no tanto. Cuando nos separamos parece que cambiaron algunas cosas, porque vos de repente viviste y yo creo que viajé y volé por otros lados en un tiempo que no pasaba el tiempo, y después, ahora, volví. Sabía que estabas cerca. Me lo contó Margarita.
— …¿Margarita?…. ¿La conociste?…
— ¡Claro! ¡Las dos la conocemos!
María Luciana cerró los ojos por un momento. Cuando los abrió, se miró las manos, movió los dedos y por fin entendió que era humana.
La nena la miraba desde el árbol. Se bajó, se acercó despacito y le agarró la falda.
– Me contaron que estabas un poco aburrida, Marilú. Yo también.
— Pero… ¿Estás sola?…
– No sé. Recién llego, hace poco. Pero volví para encontrarte.
Volaron algunos pétalos abanicados por las alas de los pájaros.
— Me encontraste…
— ¡Claro! … ¿Y vos también te acordás de mí?
Ella la miró y le acomodó dulcemente las trenzas despeinadas
– Sí, yo también… Me cuidabas y jugábamos mucho…
— ¡Eso!… ¿Vamos a jugar?… Querés?….
Marilú se agachó para abrazarla y se rieron y lloraron un poquito de alegría.
— Vamos – Le dijo.
Y corrieron para siempre de la mano por la plaza, sobre todo en los días de Enero, cuando tempranito sale el sol…
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