Categoría: Infantiles, Poesía

Día de Gallinas

Paula Rusquellas

El sol se desparrama,
los girasoles lo miran
los pollitos saltan del nido
y pían y pían.
Mamá gallina los besa
se despereza,
se estira bosteza.
La gallina se peina
los pollitos pían y pían.
Los mira en el espejo
los ve multiplicados
el barullo se refleja.

Categoría: Cuentos

Siempre Te Da una Mano

Había una vez un hombre que tenía cinco hijas, Alda, Belia, Celia, Delia y Elvira.
No eran chicas feas, pero tampoco eran hermosas.
No eran altas, pero tampoco eran bajas.
No eran gordas, pero tampoco eran flacas.
No eran muy inteligentes, pero tampoco eran tontas.
Cada una tenía una tarea predilecta: Alda cocinaba, Belia cantaba, Celia bordaba, Delia decoraba, y Elvira escribía.
Su padre, llamado Arnaldo, era un señor culto pero no tanto, paciente pero nervioso, cariñoso pero severo. Había enviudado hacía años y siempre velaba por sus hijas.
Trabajaba como sereno en una fábrica de carreteles.
Una noche, un empleado de la fábrica se acercó a él para convidarlo con un pastelito.
-¡Pero Luis! – Le dijo Arnaldo – ¡Esto está muy feo!

  • Y… – Dijo Luis – …yo vivo sólo y cocino como puedo, nadie me da una mano…
  • Bueno, – le dijo Arnaldo – vaya mañana a mi casa y yo lo voy a ayudar.
    Al día siguiente Luis visitó su casa, y fue entonces cuando Arnaldo le dijo:
  • Luis, dado todo lo que lo aprecio le concedo la mano de mi hija Alda, es experta cocinera y siempre le preparará comidas muy sabrosas.
    Fue así que Alda y Luis se casaron en septiembre.
    Algo parecido sucedió con Belia, que la casó con un compositor de música que no conseguía una cantante, y así fue que Belia pudo cantar y cantar tal como había soñado.
    Más tarde, a Celia la casó con un diseñador de ropa, con quien pudo llevar a la tela sus exquisitos bordados. Al año siguiente Delia casó con un arquitecto, cuyos proyectos brillaban con sus espléndidos decorados y Elvira, apenas llegado el invierno, con el dueño de una editorial donde pudo publicar sus libros.
    Y todo lo que las esposas hicieron, lo hicieron con la mano derecha. La izquierda había sido bien guardada por los novios en un lugar seguro, junto con la alianza, ya que les habían sido otorgadas en custodia para siempre por Arnaldo, el padre de las chicas.
    Así fue como a través del tiempo todos decían:
  • “Arnaldo siempre te da una mano”.
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Las Preocupaciones de nacardia III – algo más que dulce

Fernando Rusquellas

En medio de la noche se despertó Nacardia sobresaltada. Una pregunta se repetía cientos, miles de veces en su cabeza. Cuando el corazón retomó un ritmo normal intentó dormir nuevamente, distraerse pensando en la taza de chocolate que le traería la abuela Migragna en la mañana, se arropó hasta el cuello, tapó su cabeza con la almohada, pero la misma frase con la pregunta no dejaba de repetirse como una letanía.
Dormir se le hizo imposible.

Las Preocupaciones de Nacardia – II veinte eslabones

Fernando Rusquellas

Junto a la ventana del dormitorio los gorriones saludaban al sol recién nacido trinando y revoloteando con alegría.
El Lector se levantó esa mañana con el ánimo dispuesto para la lectura. Se vistió lo más rápido que pudo, el pantalón de corderoy marrón, una camisa de mangas largas y el suéter de rombos verdes y violetas con cuello en V.

Las Preocupaciones de Nacardia – I ¿porotinas?

Esa mañana, como todas las mañanas de aquel frío invieno, Nacardia se había quedado dormida, arrebujada entre las abrigadas, acojedoras cobijas a cuadritos de colores.
Y como todas las mañanas de aquel frío invierno, la Abuela Migragna, empujada por el insomnio y su tradicional dolor de cabeza matinal, se había levantado muy tempranito, la pañoleta de color salmón cubría sólo a medias los hombros de un largo batón azul. Puso la pava al fuego para su primera mateada y preparó un suculento desayuno para Nacardia. La sorprendería llevándoselo a la cama.

Al Mediodía, Ñoquis

Fernando Rusquellas

¡No, no y no! – Exclamó Adela al tiempo que golpeaba con la cuchara de madera sobre la mesa de la cocina.

Sasafrás, Semecarpus y la Mandolina Dorada

Fernando Rusquellas

– I –
La Despedida

De estatura pequeña y movimientos graciosos, cabellos renegridos, cutis inmaculado y blanco como la leche, Sasafrás,  derrochando su risa tintineante y contagiosa se ve atractiva y sensual.

Pasará… ¿Pasará?

Fernando Rusquellas todo en futuro

 

En algún momento me levantaré de mi asiento junto a la ventanilla y me dirigiré a la cabina de conducción. Me sorprenderá que el lugar del parabrisas estará ocupado por una pizarra con las cotizaciones en la bolsa de Buenos Aires. Atemorizado, prestaré atención a la cara del conductor.

Tras un largo y ensortijado cabello rojo descubriré con sorpresa alegría sus encantadoras facciones femeninas, de piel rugosa y color verde aceitunado.
Me enamoraré instantáneamente.
Le propondré matrimonio.

Categoría: Ensayo

La Otra Opción

Paula Rusquellas

Ir mirando por la ventanilla, el asfalto, los adoquines, el cordón, la zanja desbordada de espuma, hojas naufragando, la calle, la gente en la calle, las viejas barriendo la vereda, las chusmas chusmeando en la esquina, los novios que van a encontrarse cuando el semáforo nos libere. Los chicos tras la pelota, los árboles, los postes, los afiches rotos, los autos lindos, los autos autos pez, los ciclistas, los motociclistas, las casas viejas, los albañiles en los andamios, las casas cubetera, las vidrieras nuevas, los negocios viejos, los gorriones buscando migas, las palomas en los cables, los gatos en las cornisas, los perros contra los árboles.

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