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Categoría: Prosa Poética

Objetos Inanimados

Paula Rusquellas, para Laura

 

Él era sus ojos tristes, su mirada esquiva, por momentos su mirada perdida. El era su risa burlona, su sonrisa distante; él era su voz acariciante poderosamente sensual, profundamente misteriosa. El era sus pesadas manos, su cerrado abrazo. Sin embargo para mi, él empezaba a ser nada, a pasar a segundo, a tercero a lejanísimo plano.

Acurrucada en sus brazos, los ojos entrecerrados lo escuchaba cantar para mi, como siempre, cuando de pronto se quebró el hechizo. O quizá un nuevo encantamiento se puso en marcha: oí claramente otra voz tras la suya.
Una voz chiquita pero firme. – Sus labios son los más cálidos – Dijo.
– Los de ella son más suaves – Contestó sin pausa otra voz chiquita desde la cocina.
– A mi me besó pensando en ella y me asió con fuerza y retuvo mi calor en sus manos – Repuso la primera. Una tercera y hasta una cuarta voz pequeña hablaron al unísono. Las tazas hablaron de sus bocas, las cucharitas de sus dedos, de sus temblores de sus dilaciones. A partir de entonces fue difícil centrar la atención en la voz que era él.
Su abrazo se cerró y se contrajo y seguramente hubiera sido un verdadero agasajo para todos mis sentidos si las cosas no me hubieran hablado todo lo que él había callado. Todo lo que no diría nunca. Lo que él mismo quería desconocer.
Las sábanas me dijeron perfumes, auténticamente propios, inequívocamente conocidos, hasta historiados. Pero las voces, los leves murmuros de las almohadas, los crujidos intestinos de los resortes no se callaban.
Desde el baño un tohallón blanco canturreaba, – Esponjado fui para sus mejillas, abrigué su espalda temblorosa, envolví sus piernas largas y no he vuelto a tocarla -.

Recibí sus caricias, antes atesoradas y reveladoras como luces; las recibí como a la lluvia, las dejé caer con los ojos cerrados hasta que se extinguieron bajo el manto del cansancio. Recién cuando él estuvo bien dormido supe escuchar con verdadera dedicación lo que la casa siempre había tenido para decirme. Con una euforia irrefrenable cada cosa me contó cada historia. Ni un mínimo espacio quedó para la interrogación, las preguntas fueron respondidas antes de ser formuladas. Múltiples respuestas, simultáneas, oportunas acudieron solidarias a mi. 

Para cuando despertó hacía horas que no éramos los mismos.

Quise oponerme a esta nueva cara de la vida que se me presentaba impetuosamente. Volver a ser labios en sus labios, cintura en sus brazos; la noche de sus ojos derramándose como tinta o carbón mojado sobre mi pecho inundando mis manos.
Pero las cosas me gritaban desde sus sitios, inmóviles, cargadas de gestos, ofreciéndome la verdad generosamente. Las ventans que abrió expatriando mi perfume me dijeron: – Sólo nos pide que protejamos el nido por las noches, que concentremos los sonidos, que nada escape a su control. Por las mañanas quiere que soplemos los fantasmas de la pasión y que borremos sus nombres, los llantos las promesas -.
Deshizo la cama de un tirón, el colchón sollozó: – !Siempre cuando más me amoldo a sus pesos, a sus ritmos, cuando por fin me acomodo en la calma; entonces impiadosamente me desnuda, me expone, me enfría. No tengo reposo.!-

Cuando lo oí cantando a pleno pulmón, para sí mismo, bajo la ducha, satisfecho de poder borrar cada uno de mis besos, los caligrafiados dibujos de mi tacto en su piel, entonces conocí su verdadera voz. Su entero cuerpo despojado de mis cariños, de mis cuidados, mis recuerdos, mis proyectos. Lo supe tan tristemente solo, quebradizo, preparando la pobre escenografía para la próxima función al bajar el sol.
Salimos juntos, antes pasó revista a cada cosa, no fuera a ser que a pesar suyo yo me quedara en algo. – !Hasta la próxima! – Dijo, lo vi alejarse tan bañadito, tan vacío, sin hacer sombra, sacándose todavía alguna huella mía de la ropa.

También me alejé aocmpañada por un coro de vocecitas sinceras, de las que no se borran con agua y jabón.

 

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