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Las Preocupaciones de Nacardia IV – otro día y más cadenas

Fernando Rusquellas

Pasaban las horas y nadie se había levantado esa mañana, hasta la abuela Migragna se había quedado dormida.
La primera en despertarse fue Mushka, la gatita blanca, que de puro aburrida se dedicó a gastar su energía vaciando el rollo de papel higiénico del baño. Cuando todo el papel estuvo en el suelo decidió trepar a la cama de Nacardia y fregar su hociquito peludo por la cara de ella, que no tuvo otro remedio que despabilarse.
La mañana estaba ya muy avanzada.
– Estoy muerta de hambre, debo estar necesitando energía… – Pensó Nacardia. – …me prepararé un desayuno con azúcar, bien dulce…
El Lector, que también se había quedado dormido, llegó a medio vestir, a medio peinar y mordiendo a medias una manzana con cáscara y todo.
– ¡Apurate Nacardia que la doctora Buretta nos espera en el laboratorio! Prometió explicarnos lo del azúcar… de las plantas… y eso.
Nacardia, se vistió rápidamente. Una pollera escocesa muy cortita dejaba al descubierto las calzas rojas que resaltaban el perfil de sus piernas bien torneadas. Un camperón negro  muy abrigado completó la vestimenta y una hábil maniobra con la mano izquierda liberó el cabello atrapado dejándolo caer graciosamente sobre la espalda.
Cuando regresó el Lector a buscarla, la imagen de Nacardia hizo que tardara unos miutos en reaccionar y se sintió algo intimidado, él seguía usando su pantalón de corderoy marrón y el suéter de rombos verdes y violetas con el cuello en V.
No utilizaron la bicicleta, esta vez caminaron tan apurados que cuando llegaron al laboratorio se hallaban casi sin aliento.
-¡Así que por fin conozco a la autora de unas preguntas tan interesantes! – Dijo a modo de saludo la doctora Buretta mientras agitaba con fuerza un extraño aparatito de vidrio lleno de líquido violeta.
– Autora… lo que se dice autora… – Se lo pudo oir protestar por lo bajo al Autor, a lo que la doctora Buretta hizo oídos sordos y dirigiéndose a los recién llegados explicó:
– El otro día hablamos con el Lector de las proteínas, de cadenas formadas hasta por veinte clases de eslabones… de aminoácidos todos diferentes…¿Te acordás? Bueno, ahora les cuento que existen otras cadenas, con muchos, muchos eslabones todos igualitos… y todos están cargados… nada menos que de energía.
– ¿Los eslabones… los de las proteínas? – Preguntó Nacardia intrigadísima.
– ¡NO, no, no!… – Se apuró a corregir la doctora Buretta, mientras colocaba cuidadosamente el aparato de vidrio con líquido violeta en un soporte de metal – …estos eslabones son todos iguales, y muy dulces, y como les dije antes llenos de energía, son de azúcar, un azúcar llamada glucosa.
– Entonces estas cadenas… si los eslabones son de azúcar deben ser re-dulces… y tendrán montones de energía… – Dedujo Nacardia aplicando la lógica.
– Es cierto, tienen montones de energía, pero de dulces… ¡nada! ¿Saben cómo se llaman estas cadenas llenas de energía?… – Preguntó con picardía la doctora Buretta. – …se llaman almidón. El almidón tiene mucha energía pero como ustedes deben saber no es nada dulce.
– ¡Cómo voy a saber si el almidón es dulce, no se come! La abuela Migragna lo usa para planchar el cuello a las camisas de mi tío… – Protestó Nacardia.
La doctora Buretta parecía muy divertida:
– No sólo se usa para planchar… – Dijo disimulando la risa. – …el almidón está en las semillas del trigo… y por eso lo encontrás en la harina, y claro, en el pan, los fideos, las galletitas, las tortas… pero también hay almidón en las papas, el arroz, y muchos otras semillas, raíces, tallos, hojas, frutos…
– Entonces, ¿cuando como los tallarines de la abuela Migragna estoy comiendo almidón, y me lleno de energía igual que si fueran de azúcar?
– Sí, pero para robarles la energía tienes que digerir primero el almidón de los tallarines… recuerden que el almidón está formado por eslabones…largas cadenas de glucosa… – Aclaró la doctora Buretta poniéndose seria. – …para utilizar su energía deberás desarmar las cadenas,… digerirlas, diría el doctor Stetoscopius, y dejar libres esos eslabones dulces. Recién así podrás recuperar la energía escondida en cada uno de los eslabones de glucosa.
– Entonces, cuando como fideos o papas me lleno de energía… pero ahora me van a faltar las proteínas. – Se preocupó Nacardia.
– Las papas, los frutos y las semillas tienen almidón pero también tienen proteínas… – Aclaró la doctora Buretta mientras dejaba gotear parte del líquido violeta en un tubito pequeño. – …proteinas,  y glucosa en forma de almidón son la herencia que las plantas mamás les dejan a las plantitas hijas, las semillas, para que cuando broten, se alimenten en sus primeros días de vida… Bueno parejita, ahora debo continuar con este análisis así que no podré seguir con ustedes…
– ¿Parejita dijo…? – Pensó fugazmente el Lector que no estaba seguro de lo que había oído.
– Es queee… me vino otra preocupación,  una duda nueva… – Intentó Nacardia tímidamente. – …¿cómo es que las plantas tienen azúcar? ¿De dónde sacan la glucosa? ¿Y la ennergía?…
– ¡Uuy, uy, uuy, esto se está poniendo muy divertido…! – Esclamó la doctora Buretta con una gran sonrisa mientras, desde un frasquito muy chiquitito, le agregaba una gotita al líquido violeta que de golpe, como por arte de magia, se tornó amarillo. – …otro día se los cuento, hoy no tengo más tiempo, debo terminar urgentemente con esto… – Dicho esto metió el tubito con el líquido amarillo en un aparato del que salían luces de todos colores, se sentó frente a él y no les hizo más caso.
Nacardia y el Lector regresaron a casa. Caminaron despacio mientras ella hablaba hasta por los codos haciendo toda clase de conjeturas acerca de por qué tendrían glucosa las plantas. El Lector, que inútilenete intentó distrerla cambiando de tema se sorprendió al descubrirse a sí mismo admirando los hermosos y expresivos ojos negros de su compañera de caminata.
– ¡Humm…! – Masculló el Autor cuando descubrió, entre las idas y vueltas de la acción, esos dos momentos, esos dos sucesos  imperceptibles para alguien desprevenido, que le abrieron nuevas  esperanzas, nuevas ideas que le permitirían continuar el cuento tantas veces interrumpido por las impredescibles inquietudes de Nacardia.

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«Las Preocupaciones de Nacardia V – la luz»

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