Il Bacio della Morta – II la órden del día
Nuncio Romeo (año 1911)
Como saben todos aquellos que debieron hacer el servicio militar, todas las noches, después de la retreta, en las compañías se lee una hoja con las últimas órdenes para el buen funcionamiento militar y la disciplina. Esto se llama: orden del día.
La lectura, a dos noches apenas de haber recibido yo la fatal noticia, me resultaba coincidente: se les concedían dos días de permiso a los militares que profesaban un ritual disidente para que pudieran participar de las fiestas de Pascua en el seno de sus familias. Al oír eso tuve una inspiración: me hice anotar junto a los disidentes que pidieron permiso. A la mañana siguiente nos concedieron tres días de licencia.
Para mí ya no era necesaria una licencia, que a su debidotiempo, me hubiera podido dar la felicidad de volver a ver a mi pobre madre. Sólo quería terminar con mi vida, que me resultaba ahora una carga insoportable. Mi mente había llegado a tal grado de confusión que me imaginaba a mí mismo como había sido en el pasado, con un presente inútil y un futuro poco atractivo…
Tomé una decisión…
Cuando me llamaron al servicio militar yo estaba en Nápoles, donde estudié hasta el segundo año de medicina; además de haber aprendido alguna noción de anatomía, química, física, materias médicas, etc., etc., también aprendí diversas fórmulas del recetario médico. Utilicé este tesoro de conocimientos adquiridos para lograr mi propósito. Con una firma ininteligible, como la que utilizan los médicos, hice veinte recetas idénticas con la formulación: clorhidrato de morfina 0,10 gramos, azúcar 1,00 gramo dividido en 10 sobres. Y así, de farmacia en farmacia, sin dificultad alguna estuve en posesión de dos gramos de morfina, dosis más que suficiente para mí, con la que no sólo podría alcanzar el sueño, sinó el tan deseado sueño eterno.
Nos llevaron al campo a caminar como locos; la meta era un espeso bosquecillo donde pude aislarme, me interné en él sin pensar en el pasado ni en el futuro: sólo tenía que terminar con el uno y el otro.
Los espesos arbustos, la soledad y el aislamiento ocultaban el lugar de cualquier camino; mi cuerpo no podría hallarse, en todo caso hasta después de mucho tiempo.
Mi decisión era irrevocable y no admitía ninguna postergación. El agua de un arroyo no muy lejano me ofreció el modo de utilizar la receta. En el hueco de la mano izquierda recogí tanto líquido como pude para disolver el contenido de los sobres, una vez disuelto lo tragué todo de una vez.
Silenciosamente me tumbé en la hierba sin preocuparme por la especie botánica a la que pudiera pertenecer, era un momento de profunda emoción, esperando el desenlace fatal.
Los primeros síntomas se hicieron sentir casi de inmediato, una sucesión de mareos y náuseas persistentes eran el nefasto presagio del éxito que coronaría mi firme resolución. Temí que la mezcla, inyectada en el estómago pudiera volverme a la boca; intenté entonces tomar algo de aire; caminé un poco hacia arriba por el arroyo y casi instintivamente sentí mucha sed, mejor dicho, una molestísima sequedad en la garganta.
Tan pronto como hube bebido intenté acostarme nuevamente en la cama de hierbas junto a los arbustos; pero las piernas ya no obedecían a mi voluntad y todos mis miembros estaban sometidos a una agitación convulsiva… Cansado, finalmente me derrumbé. Recuerdo vagamente que cada vez más vencido por la sequedad sofocante de la garganta, me reconocí irresponsable, inestable, y arrancando la hierba del suelo la devoré ávidamente. Entonces tuve un sueño, doloroso al principio y más tranquilo después ante la visión del pasado.
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